El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Perú, ingobernable

En Perú la fractura entre la costa y la sierra ha existido desde siempre. La Lima señorial, capital del virreinato, centro industrial, financiero e intelectual de la República, contrasta en todo con los Andes y el Amazonas.

8 de junio de 2021 Por: Marcos Peckel

La batalla de Ayacucho en 1824 significó el final del virreinato de Lima, tres años después que Perú declarara su independencia. Sin embargo, el capítulo faltante en esa historia, también en la de nuestra América toda, es la “desaparición” de los pueblos aborígenes, tanto exterminados físicamente como borrados de la historia y de la memoria. Atahualpa convertido en un trágico personaje de leyenda. La construcción de las naciones y los Estados en América ha dejado por fuera a sus pobladores ancestrales, cuyos descendientes en los últimos años, reclaman con justicia su lugar bajo el sol.

De esa manera se explica la llegada al poder de Evo morales en Bolivia, el zapatismo en México, el protagonismo de las organizaciones indígenas en Ecuador, la Constitución del 91 en nuestro país que creó resguardos indígenas en amplias partes del territorio nacional y varias reivindicaciones más para los habitantes originales a lo largo y ancho del nuevo continente. Y la fortaleza de Pedro Castillo.

En Perú la fractura entre la costa y la sierra ha existido desde siempre. La Lima señorial, capital del virreinato, centro industrial, financiero e intelectual de la República, contrasta en todo con los Andes y el Amazonas. Son dos países completamente diferentes. No de causalidad sendero luminoso, esa insurgencia maoísta, violenta, nihilista, del siglo pasado, surgía en Ayacucho en el corazón de los Andes peruanos y fue Alberto Fujimori, padre de Keiko quien la aniquilaría finalmente.

Los últimos años de la política peruana han sido caóticos, cuatro presidentes destituidos por el congreso, desembocando en unas elecciones en abril de 2021 con 18 candidatos a la presidencia, en la que los dos primeros no alcanzaron el 30% de los sufragios. El balotaje entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori realizado el pasado domingo fue una competencia por votar en contra del otro, del comunista irredento o de la corrompida hija del dictador. Antiguos enemigos acérrimos de los Fujimori, como el nobel Varga Llosa, acogieron a Keiko para evitar que el “comunismo llegue al Perú”.

Los resultados electorales revelados hasta ahora muestran una vez más el profundo abismo entre los dos Perú. Keiko ganadora en la costa y Castillo arrasando en la sierra. Al momento de escribir esta columna, el profesor aventajaba por un pelo a Keiko, lo cual dará pie a demandas, reconteos y revisiones que durarán días o semanas, hasta que se sepa quién será el próximo inquilino de la Casa de Pizarro.

De ganar Castillo, enfrenta en su mismo partido corrientes y conflictos internos entre los citadinos comunistas progresistas y los rurales socialmente conservadores cuyas exigencias no coinciden con la cartilla marxista-leninista. Castillo viene con la idea de reformar la Constitución, quizás a lo Evo, quizás a lo Chávez, quizás a lo Castillo, fórmula que en tiempos recientes se ha aplicado en países a lo largo del planeta para socavar las libertades y la democracia. De ganar Keiko, favorita con las “narices tapadas” de las élites peruanas, enfrentaría problemas políticos similares más el peso de su apellido y de su pasado.

Quien finalmente asuma el poder recibe un país sufriendo una severa crisis económica producto de la pandemia, -11% cayó el PIB en 2020-, unas aterradoras cifras del covid, detrás de las cuales hay familias y poblaciones enteras decimadas por los fallecidos y la histórica división social de la nación que no tiene una hoja de ruta clara para ser superada. Agregar a lo anterior un congreso fragmentado, presto a “tumbar” presidentes, un “Deep state” – Estado profundo- que no le “va a jalar” a políticas extremas y se tiene la fórmula perfecta de la ingobernabilidad.
Sigue en Twitter @marcospeckel