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Multilateralismo descarrilado

Decía el sueco Dag Hammarskjold segundo secretario general de la ONU: “El organismo no fue creado para conducir a la humanidad al paraíso sino para evitar que caiga al infierno”.

1 de septiembre de 2020 Por: Marcos Peckel

Decía el sueco Dag Hammarskjold segundo secretario general de la ONU: “El organismo no fue creado para conducir a la humanidad al paraíso sino para evitar que caiga al infierno”. A la luz de lo que está ocurriendo en el mundo queda la duda si incluso ese objetivo minimalista se podrá cumplir.

Estados Unidos y China se enfrentan en numerosos escenarios: comercio, Hong Kong, narrativa de la pandemia del Covid-19, uigures, Taiwán, el Pacífico y varios más. Ambos líderes, Trump y Xi, hacen uso cínico de la rivalidad para ganancia política interna, ignorando o consientes, del costo y riesgo de ese accionar. Incluso al candidato demócrata Joe Biden le ha tocado mostrar sus credenciales ‘antichinas’ en la campaña para no aparecer como “débil hacia China”, de lo que lo acusa su adversario.

Esa rivalidad, que amenaza con convertirse en una nueva guerra fría, o caliente, es el mayor desafío geopolítico del planeta en momentos que estos proliferan a lo largo y ancho del globo y frente a los cuales los organismos internacionales han demostrado una penosa incapacidad de afrontar.

Y ninguno más paralizado que el Consejo de Seguridad de la ONU el llamado a preservar la paz y seguridad mundial, el cual perdió los papeles durante la guerra en Siria atrofiado por vetos que le impidieron acometer acción alguna para evitar el genocidio. De ahí para acá al encumbrado organismo le ha quedado grande el mundo, sus conflictos, guerras y crisis varias.

Desde la irrupción del Covid-19 a finales del año anterior, el Consejo de Seguridad ha estado desaparecido, ausente, y lo único que de este se supo fue la batalla clientelista por la elección de sus nuevos miembros, que realmente para nada altera su estéril devenir. Siendo el Consejo de Seguridad el máximo ente de Naciones Unidas, el único cuyas decisiones son, en teoría, de obligatorio cumplimiento, sus falencias reverberan hacia todo el sistema, hacia los múltiples organismos multilaterales colgados de la sombrilla de la ONU.

La triada suprema, Estados Unidos, Rusia y China, actúa cuando sus intereses así lo dictan, a espaldas de los principios del orden mundial: guerra en Irak sin aval de la ONU, anexión unilateral de Crimea, Abjasia y Osetia y construcción de islas artificiales para reclamar aguas territoriales, solo por mencionar algunas. La guerra comercial entre Estados Unidos y el mundo estalló sin que la Organización mundial del Comercio pudiera hacer nada. Washington se retira de la Organización Mundial de la Salud tras acusarla de encubrir a Beijing en su manejo de la pandemia.

El mundo está padeciendo la incompatibilidad entre el multilateralismo del Siglo XX y la geopolítica del Siglo XXI, caracterizada por una renovada rivalidad entre las potencias, falta de consensos en casi todos los temas de la agenda internacional, carencia de liderazgo global, desplome del llamado ‘orden mundial liberal’, nacionalismo exacerbado, autoritarismos recargados, polarización en las sociedades democráticas y desdén por las reglas que habían, mal que bien, prevalecido en el sistema internacional.

En las actuales circunstancias esperar que se pueda reformar la ONU es un espejismo. La historia, esa maestra implacable, nos enseña que el multilateralismo se reinventa únicamente después de una catástrofe global. La pandemia ha acelerado las fuerzas centrífugas que tensionan el sistema, pero quizás no lo suficiente para germinar los cambios que el multilateralismo requiere, en parte porque los más vilipendiados organismos multilaterales, el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional han salido al rescate de las naciones y sus sociedades.

Entretanto el mundo sigue girando con el multilateralismo a la deriva.

Sigue en Twitter @marcospeckel