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Latinoamérica al centro de la agenda

Los últimos años han sido testigos de acontecimientos que han convergido en estas tierras para posicionar a América Latina en el centro de la agenda global, compartido con otros quizás, pero centro, al fin y al cabo.

8 de enero de 2019 Por: Marcos Peckel

Los últimos años han sido testigos de acontecimientos que han convergido en estas tierras para posicionar a América Latina en el centro de la agenda global, compartido con otros quizás, pero centro, al fin y al cabo.

El lánguido final de los experimentos de integración promovidos por el dueto Lula- Chávez, personificados en Unasur y Celac, demuestra una vez más lo que ha sido una verdad de a puño: América Latina nunca ha estado integrada, no ha existido el liderazgo regional, que algunos intelectuales le asignaban a Brasil, y la región sigue moviéndose al vaivén de la relación de cada uno de sus miembros con Estados Unidos y en menor escala con China.

Maduro aislado en el ámbito regional, ha encontrado en otras autocracias apoyo, que ha tenido que mendigar para evitar que el colapso total de la economía y sociedad venezolana afecten a su clientela feudal, pues ahí sí sería el final de uno de los más trágicos experimentos políticos en la historia de la humanidad. Esta semana Maduro empieza un nuevo sexenio y hay que estirar la imaginación al máximo para llegar a concluir que pueda terminarlo. Sin embargo, cosas se han visto acá en el trópico.

El renovado protagonismo de América Latina proviene del giro cerrado a la derecha en la mayoría de los países del continente encabezado por el flamante presidente de Brasil Jair Bolsonaro y la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en México agitando banderas de izquierda. Los más grandes países del continente en población y economía, dirigidos por líderes que a pesar de sus diferencias ideológicas tienen mucho en común: lograron capitalizar para sí mismos un descontento generalizado, acabaron con los partidos tradicionales, manejan un discurso populista y nacionalista al extremo, tienen un sutil complejo de Adán y se han acercado a Donald Trump con halagos y loas como le gusta al neoyorkino.

Bolsonaro ha arrancado con bríos su mandato, cumpliendo sus promesas de campaña. Eliminando ministerios, reversando la protección ambiental a áreas del Amazonas, revolucionando el pénsum educativo en los colegios y anunciando un proceso de privatización de empresas estatales. Además, le está imprimiendo un giro radical a la política exterior de Brasil, lo que debe estar generando máxima ansiedad en Itamaraty. Su retórica sigue siendo la de un político en campaña emitiendo varios trinos al día en los que ataca a sus contrincantes y a quienes se le oponen. Ha destruido lo ‘políticamente correcto’.

Amlo por su lado hace lo propio, aunque con un perfil más bajo. En lo económico maneja una postura de izquierda en temas como salarios y pensiones, pero pragmático en su relación con el sector privado y con su vecino al norte. Respeta profundamente a los ancestros indígenas del país. En política exterior le dio un portazo el Grupo de Lima al negarse a firmar la declaración conjunta desconociendo al régimen de Maduro, asumiendo en su lugar una inane y desabrida postura de “privilegiar la diplomacia” y “no intervenir en asuntos de otros países”.

Gobernar en la segunda década del tercer milenio se ha vuelto el ‘arte de lo imposible’ y Latinoamérica no es excepción. Son demasiados los problemas, las expectativas, las crisis perennes, la fragmentación social, la desigualdad, la corrupción, la criminalidad, las cargas históricas y la deuda social. Ni Bolsonaro, ni Amlo, ni ninguno va a resolver las complejidades que enfrenta. A lo sumo mejorar algunas y en el camino empeorar otras. Y de pronto ser protagonistas globales.

Sigue en Twitter @marcospeckel