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La nueva primavera

Mientras por estas comarcas latinas esperamos y esperamos la caída de Maduro y su séquito chavista, en otras latitudes la furia de los pueblos ha dado al traste con los longevos dictadores de Sudán y Argelia, una...

16 de abril de 2019 Por: Marcos Peckel

Mientras por estas comarcas latinas esperamos y esperamos la caída de Maduro y su séquito chavista, en otras latitudes la furia de los pueblos ha dado al traste con los longevos dictadores de Sudán y Argelia, una reedición de la primavera árabe, cuyo único resultado realmente primaveral fue en Túnez y que sudaneses y argelinos esperan emular.

Las circunstancias en Sudán y Argelia son muy similares. Ambos países pasaron de agache durante los años de la primavera, el primero por los avatares de la separación de Sudán de Sur en 2009, el segundo aún recuperándose de una cruenta guerra civil a finales de los años 90 que dejó un saldo de 200 mil muertos y poblaciones enteras en ruinas. Sin embargo, todos los síntomas para un estallido social estaban ahí, al igual que en sus pares árabes: dictaduras militares, represión, estancamiento económico, falta de libertades y en Argelia, las inmensas riquezas petroleras que han beneficiado a pocos.

Tanto en Sudán como en Argelia los dictadores de turno fueron derrocados por su propio ejército, lo cual puede conducir a dos caminos; uno malo, el egipcio, que mantuvo al ejército recargado en el poder tras la caída de Mubarak, y otro bueno, el tunecino, en que la sociedad civil no traga cuento con la simple caída del dictador y mantiene la presión para que se lleven a cabo las reformas democráticas políticas y económicas exigidas por la calle. Estos momentos de transición son de alta tensión y fuertes pulsos entre los actores sociales y los detentadores del poder; militares y elites económicas, los primeros celebrando su primer triunfo y esperando consolidar la victoria, los segundos enquistados tratando de mantener sus privilegios. Cayeron dos dictadores, Bouteflika y al-Bashir, derrocados por las masas.

Comienza otra fase de la revolución para consolidar la ganancia o perderlo todo.

Caso especial merece el defenestrado dictador de Sudán, Omar al-Bashir, 30 años en el poder, con una orden de captura desde 2008 de la Corte Penal Internacional -CPI- por el genocidio en Darfur, quien a pesar de la misma seguía orondo como presidente y quien desde entonces visitó treinta y tres países amigos que se negaron a cumplir la orden de la CPI. La pregunta ahora es sí Bashir que ya no detenta el poder, podría ser extraditado a La Haya por el nuevo gobierno en Jartum, dudoso pues los que lo derrocaron son posiblemente también culpables de los mismos crímenes.

Argelia constituye otra historia trágica de un movimiento de liberación nacional, el FLN, que tras una cruenta guerra expulsó a los franceses a nombre de la libertad del pueblo argelino, pero una vez en el poder se enquistó, suprimiendo todo vestigio de democracia, participación y libertad.

Entre tanto en medio de una crisis humanitaria mucho más aguda que la de los dos países árabes, Maduro resiste gracias a una cúpula militar untada hasta el cogote de corrupción, enriquecida a cuestas del sufrimiento del pueblo venezolano, los cubanos expertos en control social y Putin que sigue demostrando que aliado es aliado. La presión de la calle y del presidente interino Juan Guaidó no alcanza para sacar al inquilino de Miraflores, solo la presión internacional podría lograrlo en un pulso que continua. Es de esperar que Maduro siga el camino de sus pares sudanés y argelino. El tiempo hará lo suyo. O no.

Sigue en Twitter @marcospeckel