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La guerra de las memorias

La memoria no se construye solo con el testimonio de las víctimas. Se requiere igualmente el de los victimarios y cuando estos no coinciden, queda plasmada una guerra de memorias.

27 de noviembre de 2018 Por: Marcos Peckel

Estridente polémica se ha armado alrededor del nombramiento del director del Centro Nacional de Memoria Histórica -Cnmh- similar a la que ha causado la composición y algunas actuaciones de la ‘Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición’ -CEV-. No es para menos pues como decía Orwell: “Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”. La guerra de memorias, ya sin la violencia, no es menos intensa que la guerra real y de su resultado emana la memoria histórica que se torna en la narrativa de una nación.

En las sociedades que han sufrido eventos traumáticos: guerras civiles, insurgencias, dictaduras o genocidio se produce un conflicto político por determinar la memoria, por imponer cierto ethos en la interpretación histórica y por enviar al olvido acontecimientos perjudiciales para aquellos que logran el control de la memoria. La memoria no se construye solo con el testimonio de las víctimas. Se requiere igualmente el de los victimarios y cuando estos no coinciden, queda plasmada una guerra de memorias que no siempre encuentra una salida y puede durar generaciones. Al sol de hoy, Chile no ha logrado construir la memoria colectiva de los periodos de la Unidad Popular y la dictadura de Pinochet. La memoria del Holocausto judío se construyó con los testimonios de las víctimas y los victimarios y hace parte del ADN tanto del pueblo judío como del pueblo alemán.

El conflicto colombiano plantea un desafío casi infranqueable en la construcción de memoria. Las víctimas no tienen una sola voz, en algunos casos se prestan a manipulaciones, sus victimarios son diversos y poco han hablado. Lo ‘políticamente correcto’ esgrimido por círculos intelectuales y académicos como la verdad revelada para constituirse en base de la memoria colectiva choca en muchos casos con una realidad que destruye esos mitos con pies de barro. Una malhadada superioridad moral que coloca en el mismo plano a una insurgencia que desafió al Estado y unas Fuerzas Armadas que defendían la institucionalidad. Incluso en esos mismos sectores de opinión para los que los desplazados, violados, muertos o secuestrados por las guerrillas son menos víctimas que los de los paramilitares o agentes del Estado.

El sociólogo francés Maurice Hallwacks, quizás el mayor estudioso de la construcción de memoria colectiva, quien falleció en el campo de exterminio nazi de Buchenwald, decía “el pasado se construye desde el presente” a lo que se podría agregar “y determina el futuro”.

En una sociedad tan fragmentada como la colombiana crear una narrativa del conflicto que se transforme en memoria colectiva es casi ‘vaciar el mar con la mano’. A duras penas se podría crear un mínimo común denominador. Basta el ejemplo de la toma del Palacio de Justicia, un acontecimiento traumático que marcó la historia de la guerra en Colombia, y sobre el cual no se ha construido memoria colectiva alguna. Por otro lado Bojayá, El Salado y Soacha representan quizás tenues y aislados avances en la construcción de memoria.

Tampoco pareciera existir por parte de la sociedad una ‘necesidad imperiosa’ de conocer la verdad, más allá de que lo ‘que hagan’ no me afecte. Si la CEV o el Cnmh obtienen testimonios reales además de las víctimas, de todas las víctimas, de guerrilleros, paramilitares y actores estatales sobre las atrocidades, tal como ocurrió en Suráfrica, algo se podría avanzar.

¿Qué recordará la próxima generación de colombianos sobre el conflicto? ¿Quiénes serán los buenos y quiénes los malos? ¿Cómo será nuestra memoria colectiva? Amanecerá y quizás no veremos.

Sigue en Twitter @marcospeckel