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Geopolítica a la Putin

Pudieron haber sido muchos años concibiéndola o simplemente a medida que se...

11 de febrero de 2015 Por: Marcos Peckel

Pudieron haber sido muchos años concibiéndola o simplemente a medida que se daban los hechos se iba perfeccionando, pero la política exterior de Rusia finalmente estableció una clara concepción, no de guerra fría como se le ha mencionado en algunos círculos, sino de una pura y dura confrontación, al estilo de las “zonas de influencia” y “balance de poder” que prevalecían en el Siglo XIX. Convirtiendo además nuevamente al Estado como protagonista central de la geopolítica, desplazando a los actores no estatales que durante los últimos lustros habían copado el escenario.Utilizando a los millones de ciudadanos de origen ruso que Stalin desplazó hacia la periferia para alterar la composición demográfica y un Occidente irremediablemente dividido, pusilánime quizás y en apariencia sin unas definitivas ‘líneas rojas’, Putin ha finalmente puesto las cartas sobre la mesa en lo referente a su política exterior.El primer hecho que tuvo que enfrentar la Rusia postsoviética con lo que comenzó a marcar su camino fue la rebelión separatista en Chechenia, a la cual Putin la aplico la fórmula de “tierra arrasada”. Centenares de miles de civiles muertos, Grozni la capital revivió a Dresde, la región en ruinas, pero sometida y dentro de Rusia. Siguió la guerra de Georgia en 2008. Un vecino irresponsable que trató de utilizar la fuerza contra el temido oso terminó con su territorio cercenado, dos ‘republiquetas’, Osetia y Abjasia anexadas a Moscú. Rusia no pagó consecuencia alguna por ese zarpazo.A través de uno de sus más preciados activos, una silla permanente en el consejo de seguridad, Rusia ha dado muestra de ser amigo de sus amigos, no importa que tan ‘malos’ sean, como lo puede atestiguar Bashar el Assad, quien tras 250 mil muertos, millones de desplazados y de refugiados y el país en ruinas, aún permanece en el palacio presidencial de Damasco gracias a Putin y su veto.Un asunto que para Rusia es de seguridad nacional y siempre así lo manifestó, ha sido la expansión de la Otan hacia el este, pero Occidente ávido de coleccionar más miembros en su alianza militar no le “paro bolas al tema”, hasta que se estrelló de frente contra la nueva cortina de hierro que Putin construye allende sus fronteras como reserva geográfica estratégica, su inviolable “zona de influencia”. Así cuando la Otan golpeaba las puertas de Ucrania y ayudaba a derrocar a un gobierno amigo de Rusia, el Kremlin actuó. Se tragó de un bocado la península de Crimea y comenzó a fomentar el separatismo pro ruso en varias provincias del este.Las sanciones económicas y de otra índole que ha impuesto Occidente a Putin no han hecho mella. Por el contrario, lo fortalecen internamente, junto a los rusos nacionalistas que ansían reconstruir el imperio de los zares o el de los soviets, así la economía este en caída libre y el rublo se haya convertido en plata de papel. El sistema ruso no le da mucha voz ni espacio al descontento popular. Merkel y Hollande fueron a Moscú a rogarle a Putin que detenga su agresión en Ucrania, pero sin aparentes resultados sostenibles. Entretanto el nuevo Zar intensifica la retórica contra sus vecinos: Kazakstán, Lituania, Letonia y Estonia, países con importantes minorías rusas, los tres últimos miembros de la Otan, mientras que en Polonia también se prenden las alarmas anti rusas.Putin le tiene medido el aceite a Occidente y no se va a detener, pero como a todo buen estratega, le puede llegar su Waterloo.