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El Estado recargado

Con las numerosas incertidumbres que ha creado la pandemia, aún es prematuro vaticinar cómo será el futuro de la humanidad, quiénes serán los ganadores y perdedores.

26 de mayo de 2020 Por: Marcos Peckel

Con las numerosas incertidumbres que ha creado la pandemia, aún es prematuro vaticinar cómo será el futuro de la humanidad, quiénes serán los ganadores y perdedores y cómo será esa mal llamada ‘nueva normalidad’. De lo que sí podemos tener certeza, es que el Estado emerge como el jugador esencial y omnipresente, hoy y mañana, con repotenciados poderes que está por verse si es bueno o malo.

Desde la irrupción de la pandemia, quizás tomando una página de lo hecho en China para combatirla, los Estados, democracias y autocracias, izquierda y derecha, han adoptado medidas que parecían impensables antes de la corona. Cierre de fronteras, intervención de industrias, prohibición de exportaciones, vigilancia a los ciudadanos, cuarentenas, reglas de comportamiento social, frenazo en seco de la economía, clausura del comercio, cierre de colegios y universidades, prohibición de acudir a lugares de culto y un largo etcétera.

Acudiendo a leyes de emergencia presentes en las constituciones, los gobiernos se hicieron a las herramientas necesarias para enfrentar la crisis, convirtiéndose en entes todopoderosos, socavando, con algunas excepciones, las de siempre, la tradicional división de poderes. Pero como el poder es adictivo, surge la pregunta de que si el ejecutivo, una vez saboreando las mieles del control casi que absoluto, las va a soltar, especialmente en países con democracias precarias.

La vigilancia sanitaria instaurada sobre todos y cada uno de los ciudadanos es factible que perdure y que, si ya se vigila pensarán algunos, por qué no vigilar otras cosas. El celular convertirá al ciudadano en un punto en los radares de los servicios de seguridad, sanitarios y quien sabe qué otros. El 1984 de Orwell llega en esta década para quedarse.

Sin lugar a duda, el Estado ejercerá mucho mayor control sobre la actividad económica y las cadenas globales de suministro sufrirán y serán reemplazadas total o parcialmente por la manufactura y servicio local. Ante el colosal tamaño de las medidas monetarias y fiscales adoptadas para salvar empresas y empleos y sufragar los costos de salud asociados con la pandemia, los Estados tendrán que aumentar en varios grados de magnitud su recaudo para lo cual acudir a las clases medias ya no es viable, pues estas no tendrán de dónde. Serán posiblemente los más pudientes los que deberán a través del sistema tributario solventar ese nuevo Estado glotón. Los bancos centrales coordinando con el Fondo Monetario Internacional tendrán que encontrar fórmulas que eviten el descarrilamiento de las economías.

Este crecimiento súbito del rol del Estado en la sociedad lo convertirá en un tinglado entre partidos y agrupaciones políticas a hacerse a su control. La política en algunas latitudes será mucho más polarizada e intolerante y el populismo que vende espejitos y acecha, ‘olerá la sangre’ y buscará atrapar la presa. Y no soltarla.

Sin embargo, al todopoderoso Estado se le enfrentarán los gobiernos locales que en la pandemia han asumido un protagonismo que antes no tenían, ya sea en regímenes federales o centrales y que pasarán factura una vez la corona desaparezca. Son estos los encargados de los servicios de salud, seguridad ciudadana y en parte de activar la economía sin descuidar la salud. Esto podría llevar a un rediseño del poder en los Estados entre el gobierno central y las regiones y ciudades, algo que no es evidente que se pueda hacer sin sobresaltos.

Sigue en Twitter @marcospeckel