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El circo de la hipocresía

La pasada sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas convocada de manera extraordinaria para debatir la declaración del presidente Donald Trump que reconoció a Jerusalén como capital de Israel, es una demostración más de que la ONU hace rato perdió su norte.

26 de diciembre de 2017 Por: Marcos Peckel

La pasada sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas convocada de manera extraordinaria para debatir la declaración del presidente Donald Trump que reconoció a Jerusalén como capital de Israel, es una demostración más de que la ONU hace rato perdió su norte. No por la convocatoria per se, sino por las que no se han hecho, asuntos muchísimo más graves que pasan desapercibidos y no suscitan el interés de los encopetados embajadores que deambulan orondos por los pasillos del edifico en Turtle Bay, Nueva York. Ver a los representantes de Siria, Venezuela, Cuba, Yemen e Irán tomar el podio en el recinto de la asamblea no pudo ser más lastimoso.

Igualmente patético es el Consejo de Derechos Humanos -CDH- de la ONU con sede en Ginebra. Este ente se ha dedicado de manera desproporcionada a debatir sobre Israel, ítem permanente en su agenda, ignorando o dedicándole mínima disposición a crasas violaciones, masacres y genocidios en el resto del mundo. En París, la Unesco que ha fracasado estruendosamente en la protección de la herencia histórica y cultural en amplias regiones del mundo, especialmente en Oriente Medio, se ha dedicado a instancias de ‘Palestina’, su flamante nuevo miembro a reescribir la historia, negando los vínculos judíos con Jerusalén y Hebrón, haciéndole así un muy flaco favor a la causa de la paz entre Israel y palestinos.

Yemen, el más pobre de los países árabes, víctima de una brutal guerra de agresión por parte de Irán y Arabia Saudita, más de 10 mil muertos, 8 millones en peligro de inanición, un millón de víctimas del cólera, cinco millones de niños sufriendo de malnutrición, no ha tenido el lujo de que la ONU le ponga atención más allá de declaraciones insulsas, mucho menos una sesión extraordinaria de la Asamblea General o del CDH.

El pasado mes de septiembre más de 600 mil musulmanes Rohinga fueron desterrados de sus aldeas en Myanmar, miles de mujeres y niñas violadas y sus casas incendiadas. Huyeron a Bangladesh a escuálidos campos de refugiados. Esta limpieza étnica no suscitó sesión extraordinaria de la Asamblea General.

La sufrida población de Venezuela, sin alimentos, medicinas, ni libertad, tampoco ha tenido el beneficio de una sesión extraordinaria de la Asamblea General, ni su despótico régimen ha sido condenado, así sea simbólicamente, por el CDH.

Longevos dictadores como Mugabe, en buena hora destituido tras 37 años en el poder, Erdoğan, Maduro, las monarquías del golfo pérsico, los sátrapas de Asia Central, el líder supremo en Teherán, excéntricos autócratas en África, los hermanos Castro, Putin y Xi dictan catedra en la ONU mientras los derechos humanos, la libertad de expresión, el pluralismo político y la democracia son sacrificados en la pira de la infamia ante los ojos ciegos y oídos sordos de Naciones Unidas.

La madre de todas las corrupciones en la ONU tiene un protagonista central: el Movimiento de los No Alineados, encabezado pro-tempore por Venezuela, un ente que se dedica únicamente a intercambiar votos por puestos, votos por votos y a proteger la espada de sus ‘connotados’ miembros. Como cómplices pasivos de la ignominia fungen los europeos, supuestos defensores de los valores democráticos, que sin embargo prefieren hacerse los de la ‘vista gorda’, quizás para tapar su pasado colonial, quizás para proteger mercados e influencia.

Lo bueno que hace la ONU con sus fuerzas de paz, programas de lucha contra epidemias y hambrunas, y asistencia humanitaria, no alcanza para ocultar la hipocresía reinante en sus entes más representativos.

Sigue en Twitter @marcospeckel