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Durban

Al final, sobrecogida por el desastre de la conferencia, de la cual se retiraron Estados Unidos e Israel, la entonces comisionada de la ONU para los derechos humanos, Mary Robinson trató de salvar algo con una declaración final en la que se habían eliminado la mayoría de las acusaciones contra Israel, no así las de las ONG

14 de septiembre de 2021 Por: Marcos Peckel

Hay ciudades en el mundo cuyos nombres están asociados a eventos históricos determinantes, tanto que se usan como genéricos. Yalta en el Mar Negro quedó asociada a la división de Europa después de la Segunda Guerra entre la Unión Soviética y Occidente, Sarajevo al asesinato del príncipe Francisco Fernando que desató la primera guerra mundial, Múnich al apaciguamiento de Chamberlain a Hitler en 1939.

Durban es una turística ciudad portuaria en Suráfrica con una gran población de origen hindú traída a comienzos del Siglo XX a trabajar en los cañaduzales. Lamentablemente y muy a su pesar, esta ciudad quedó inexorablemente asociada al mayor festival antisemita que se haya dado en el mundo desde el final de la segunda guerra mundial.

En septiembre de 2001 sesionó en ese puerto surafricano la Conferencia de Naciones Unidas contra el Racismo, La Xenofobia y la Intolerancia, convocada tres años antes a través de la resolución 52/111 de la asamblea general de la ONU. Como reza el saber popular: “Desde el desayuno se sabe cómo será el almuerzo”. Las reuniones preparatorias auguraban el desastre que se avecinaba y así fue. Comenzada la conferencia, los delegados oficiales se olvidaron del mundo y se concentraron en atacar de manera virulenta, con mentiras, tergiversaciones y saña a un solo país: Israel. Peor aún fue la sesión paralela de las ONG la cual se constituyó en un verdadero linchamiento a Israel y al pueblo judío. Delegados de ONG judías tuvieron que abandonar la conferencia por temor a su integridad personal.

En Durban el nuevo antisemitismo tuvo su bautismo de fuego. El revisionismo histórico que niega el Holocausto, el no reconocimiento al derecho del pueblo judío a su autodeterminación nacional, la deslegitimación de Israel, el igualar el sionismo con racismo, acusar a Israel de comportarse como el régimen nazi o de practicar el apartheid, fueron protagonistas en la conferencia de Durban, donde además fluyeron las teorías conspiratorias de que los judíos dominan el mundo y que son culpables de los males que aquejan a la humanidad. Inspirado en Durban nacería uno de los adalides del antisemitismo actual, el movimiento BDS que promueve el boicot a Israel. En medio de la altisonante retórica antisemita de la conferencia se hundieron crasas violaciones a los derechos humanos, racismo, homofobia, misoginia y persecuciones religiosas practicados por muchos de los países representados en Durban.

Al final, sobrecogida por el desastre de la conferencia, de la cual se retiraron Estados Unidos e Israel, la entonces comisionada de la ONU para los derechos humanos, Mary Robinson trató de salvar algo con una declaración final en la que se habían eliminado la mayoría de las acusaciones contra Israel, no así las de las ONG que mantuvieron intacto su discurso de odio antijudío. El gran perdedor en Durban fue la lucha contra el racismo, su objetivo original.

En 2009 y 2011 se realizaron en Ginebra y Nueva York, las ‘Conferencias de Examen de Durban’ las cuales pasaron con mucha pena y nada de gloria, siendo boicoteadas por varios países democráticos.

Este año durante la Asamblea General de la ONU está programada la conferencia Durban IV para conmemorar los 20 años de la primera.
Nada hay para celebrar y para esta próxima farsa casi dos docenas de países democráticos de Europa, Norteamérica y Oceanía han anunciado su no asistencia. Otros deberían seguir su ejemplo, especialmente de Latinoamérica.

Durban, ciudad con pasado en el apartheid y presente en la nueva Suráfrica libre e incluyente, es también cuna del nuevo antisemitismo que allí nació tres días antes de los atentados a la torres gemelas.
Sigue en Twitter @marcospeckel