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Cuando la anarquía cunde

El Estado, ese ente que a sangre y fuego y tras siglos...

6 de noviembre de 2013 Por: Marcos Peckel

El Estado, ese ente que a sangre y fuego y tras siglos y siglos de trasegar del ser humano por el planeta, se consolidó como guardián del orden social, el Leviatán de Hobbes, árbitro de la convivencia de la especie humana donde del Darwinismo es rey, es en ocasiones y lugares demasiado frágil y su colapso cuando ocurre trae consigo la sociedad anárquica, primaria, del sálvense quien pueda, del poder del más fuerte, donde es evidente que no somos más que el último eslabón del reino animal. El moderno Estado-Nación nació en Europa tras centurias de guerras y conflictos religiosos y de otra índole, continente en el cual el parto natural dio como resultado entes políticos organizados alrededor de una herencia común histórica, étnica, lingüística y nacional. A pesar de las muchas guerras que siguieron, ya entre estos nuevos estados por control, territorio y poder, al interior se generó una estructura social teniendo como pilar el imperio de la ley y el respeto a las instituciones con unos sistemas de gobierno que cada vez se democratizaron más y se abrieron a la participación ciudadana. Durante el periodo del colonialismo europeo, siglos XIX y XX, el viejo continente fuerza ese modelo del Estado-Nación a los continentes subyugados, creando Estados en fronteras artificiales, producto de una repartija, sin tomar en cuenta los elementos de herencia histórica que dieron origen al modelo en Europa. El resultado no ha sido otro que guerras, dictaduras, conflictos étnicos, genocidios, fracturas religiosas y un fracaso generalizado del modelo en África, Oriente Medio y partes de Asia. Pero cuando ese modelo, fracasado y todo, colapsa, la sociedad regresa a la anarquía primaria del mundo animal, una cruda lección de historia donde lo peor del ser humano, ‘deshumanizado’, aparece como maestro ejemplar. Son muchos los factores que pueden llevar al colapso de un Estado, como otros que pueden consolidarlo, fortalecerlo y colocarlo al servicio de sus habitantes. Más allá de la identidad y el sentido de un destino común, que en varios casos no existe, el Estado debe por encima de todo proveer necesidades básicas, oportunidades de desarrollo y seguridad. Si lo logra sobrevive, de lo contrario, queda a merced de la barbarie.Lo que ocurre actualmente en Siria, Libia, Congo, República Centroafricana, Somalia y otros países es el colapso del modelo del Estado-Nación y una encarnizada lucha por el poder donde los más débiles, mujeres, niños, minorías son presa fácil de carroñeros sin escrúpulos, donde el orden social por precario que fuera desaparece en su totalidad y donde los componentes de la vida diaria que se consideraban un hecho simplemente ya no lo son más. Ya el ciudadano no es dueño de su propiedad pues esta puede ser ocupada por cualquiera, el papel moneda ya no es aceptado como base de transacciones, no hay escuelas para los niños, la seguridad desaparece totalmente, no hay ley ni leyes, ni principios básicos de respeto, desaparecen los valores, la vida no vale nada y el ser humano se transforma simplemente en un protector de territorio, donde la supervivencia es lo único que cuenta, cueste lo que cueste y a costa de lo que sea. El Estado-Nación se consolidó después de la primera guerra mundial como la unidad atómica del sistema internacional y eso no va a cambiar. Lo que sí parece no existir aún son las herramientas para evitar que estados colapsados acaben con sus ciudadanos. Que lo digan los sirios.