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Mar de deudas

La otrora capital del mar de los siete colores viene agonizando con la mirada esquiva del país. El único departamento insular que tiene Colombia está asumiendo silenciosamente su desaparición y no es una exageración.

25 de junio de 2017 Por: Mabel Lara


¿Quién pudiera creerlo?, nos están matando a San Andrés Islas. La otrora capital del mar de los siete colores viene agonizando con la mirada esquiva del país. El único departamento insular que tiene Colombia está asumiendo silenciosamente su desaparición y no es una exageración.

Desde la ventanilla del avión a punto de aterrizar la gama de tonos de ese mar Caribe, desde el azul profundo hasta el aguamarina traslucido, augura una fiesta de la mano del descanso. Todo parece normal en San Andrés y cada centavo de los 109.000 pesos que cobran para ingresar a la isla suena insignificante ante la promesa de regodearse en uno de los lugares más bellos de la geografía nacional donde habitan unas 85 especies de arrecifes de coral que sustentan el arcoíris de cobaltos e índigos que abrazan las olas de su mar.

Pero la magia empieza a desvanecerse al abordar los viejos Corvete’s, Chevrolet’s y Buick’s conducidos por los anfitriones de la casa, los raizales. El rosario de quejas se sustenta en el sinnúmero de construcciones que hoy abundan en la isla. Calles abarrotadas de turistas hoy tienen arrinconados a los dueños del creole. Ya el socca, el reggae o el calipso han sido desplazados por el reguetón y el vallenato.

Es todo un genocidio, me dicen. Antes que San Andrés fuera declarado puerto libre no alcanzaban a ser seis mil sus habitantes, pero ya desde los años 90 se habla de 100 mil habitantes que hoy por hoy podrían superar los 150 mil en un territorio de 27 kilómetros cuadrados. Es la superpoblación que viene consumiendo, acabando con los recursos naturales, robándole terreno al mar. Es la presión migratoria, la
concentración urbana que se ha tomado todo, las zonas aledañas a las playas, las rurales.

Pero también son sus barrios sin alcantarillado, las carreteras sin pavimentar, es el cambio climático que les ha quitado espacio para pescar, son las toneladas de basuras que se arrinconan hace más de 30 años sin posibilidad de sacarlas al continente, son el narcotráfico y las bandas criminales. Son sus niños sin espacios para la recreación, somos los turistas, especialmente los que allí llaman carroñeros, quienes en sus carritos de golf y amparados en paquetes todo incluido abusan de todas las gotas del licor entregadas en las barras libres de los hoteles de otros, sin generar empleo, sin potenciar la industria, el comercio, la vida de los dueños del territorio.

No soportamos un residente más, me dijo mi amigo Mike, un sanandresano de 57 años que prepara uno de los rondones más tradicionales de la zona “Somos bautistas, pocos de nosotros consumimos licor, tenemos a nuestros muertos enterrados en los patios de nuestras casas, porque hace cientos de años llegamos aquí y nos hicimos aquí. Hoy somos muy pocos los raizales que hemos resistido, estamos arrinconados en nuestro territorio”.

Desde el 19 de noviembre de 2012 cuando la Corte Internacional de Justicia de la Haya le entregó 75 mil kilómetros de sus aguas a Nicaragua las condiciones de la isla no han mejorado, para ser justos podemos decir que se han cambiado, gran parte del plan de desarrollo anunciado por el gobierno nacional está incompleto, los problemas más estructurales de la isla siguen profundizándose y la indiferencia de la zona continental, es decir, del resto de los colombianos es indignante.

San Andrés requiere atención inmediata, la deuda social por el aislamiento y la marginación no sólo pasa por asignación de recursos, nuestro país necesita entender la importancia cultural, geográfica y social de su archipiélago. Atrás quedaron las señales de solidaridad tras el fallo de la Corte, no nos importó ni nos ha importado lo que pase con la capital del mar de los siete colores y de a poco nos vamos quedando sin pueblo raizal, sin corales y con una sumatoria de deudas y cuentas por pagar.