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La voz de la conciencia

Hace algunos días, a propósito de la dejación de armas de las Farc, fui invitada a coordinar un conversatorio para conocer las implicaciones de tal suceso en la actualidad colombiana.

9 de julio de 2017 Por: Mabel Lara

Hace algunos días, a propósito de la dejación de armas de las Farc, fui invitada a coordinar un conversatorio para conocer las implicaciones de tal suceso en la actualidad colombiana. Durante una hora debatí con el exjefe negociador del Gobierno Colombiano, Humberto de la Calle, sobre su papel y la polaridad que genera el tema. Una de las respuestas que más caló fue cuando le pregunté, ¿cuál fue la reflexión personal que lo llevo a aceptar conversar con las Farc? Para muchos, era un acto inmoral negociar con hombres que mancharon sus manos con sangre, autores de masacres y extorsiones, verdugos de miles de colombianos.

De la Calle me dio una respuesta que da pie para el enfoque de esta columna: “Sí, como usted menciona para muchos era inmoral sentarse a conversar con responsables de delitos de lesa humanidad, pero para mí, primó el deber ético de evitar más muertes y permitir el silencio de los fusiles”.

No me quiero detener en el análisis sobado de los opositores del Proceso versus los favorecedores, me quiero centrar en la trilogía ética, moralidad y política.

La captura del Fiscal Anticorrupción por corrupto, la del contralor por embellecimiento ilícito, la del Secretario de Seguridad de Medellín por aliarse con los bandidos son claras muestras de que en este país nos sobra moral y nos falta ética.

La moralidad, entendida como la repetición de actos y costumbres es lo que viene desangrando a Colombia. Parece un chiste macabro conocer detalles de los hechos de corrupción de algunos mandos altos, de juntas directivas, subalternos y claro, periodistas.

La ética a la que se refiere De La Calle, y a la que a él le sirvió para negociar con las Farc, está por encima de la moral. Como concepto y como realidad filosófica. La ética define como principio que es lo bueno, lo malo, lo obligatorio, lo permitido, lo que hay que hacer, lo que le dice su conciencia.

Pontificar sobre moral y ética cuando se está cerca al poder y se es personaje público es complejo e irresponsable, pero es ético. Escándalos como los de Odebrecht, Reficar, Isagen, SaludCoop, que aún están sin resolver nos demuestran que en Colombia nos acostumbramos a callar, a dejar pasar, a tragar entero. Nos enseñaron que el cáncer eran los grupos armados ilegales y lo fueron en su momento, pero mientras el foco estaba en el conflicto armado, algunos calladitos hacían sus fechorías.

Gandhi definió bien la diferencia entre moral y ética al liderar el proceso de independencia de la india del imperio británico. “He desobedecido a la ley no por querer faltar a la autoridad, sino por obedecer a la ley más importante de nuestra vida: la voz de la conciencia”.

Mucha politiquería y moralismo hay en Colombia. Cómo nos están haciendo falta las clases de ética impartidas antes en las instituciones educativas; no sé si servirían, pero al menos nos dejaría la conciencia un poco más tranquila.