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La Mesa

No represento a nadie en la mesa de negociación con Eln, más que a mí misma como colombiana y como podrían estar sentados allí miles de nosotros.

4 de diciembre de 2022 Por: Mabel Lara

Somos una nación de migrantes huyendo de las injusticias, las balas o la pobreza. Nuestros viejos están cargados de historias de pérdidas por la violencia, los delincuentes, los narcos, los paras, los militares o la guerrilla. Todos de una u otra forma hemos visto la muerte de frente; la hemos olido, nos ha susurrado, nos la han presentado y ante el dolor, nos es imposible ponernos de acuerdo sobre nuestro pasado.

Cerca de donde nací era frecuente escuchar sobre tomas guerrilleras, asesinatos selectivos y explosiones en la Caja Agraria del pueblo, las sedes de Telecom y las alcaldías. Más tarde, cuando me hice periodista, reporté esas mismas tomas desde los medios caminando el Cauca; también el Valle con los secuestros masivos del Kilómetro 18 y la iglesia La María. Acompañé a las víctimas de la masacre en Bojayá-Chocó, conversé con los hijos y esposas de los diputados secuestrados en Cali, con los familiares de los congresistas y militares encadenados por la guerrilla. He visto la guerra y conozco a muchas de sus víctimas.

Fui invitada recientemente a la mesa de negociación con la guerrilla del Eln por la suma de mis recorridos por las entrañas del país y quizá por mi último cargo como vicepresidenta de una compañía minero energética que ha estado en el corazón del conflicto colombiano: Arauca, donde esta guerrilla tiene vínculos con los movimientos sociales y las economías territoriales, y en la que me dediqué a alertar sobre la crisis humanitaria que dicha región está enfrentando.

Reconozco el escepticismo de este sexto intento por la terminación del conflicto: desde 1973 con el gobierno de Alfonso López Michelsen, pasando por la mesa de Tlaxcala de Gaviria en 1990, la de Samper en 1994, luego con Pastrana en 1998, más tarde la de Uribe en 2006 y, finalmente, Juan Manuel Santos en 2016. Casi todos los gobiernos han intentado la terminación del conflicto con los elenos, pero nunca, como ahora, la lucha armada había estado más cargada de sinsentido.

Jamás podremos ponernos de acuerdo sobre la nuez de nuestras violencias. Podríamos decir que se deriva de la conquista o la independencia, o cuando el gobierno quiso luchar contra el comunismo y trataba a los campesinos como ignorantes, o que los campesinos consideraban justo alzarse en armas por las agresiones del mismo gobierno. O bien, que haciendo respetar la propiedad privada, los paramilitares y los militares tenían derecho a defenderse. Cada protagonista ha construido su propia versión para justificar los 60 años de violencia que nos acompañan. A la larga, la violencia ha sido considerada una respuesta inevitable a la violencia del otro.

Por eso, por el dolor, por las víctimas, por la historia y el hastío, el Eln no puede prolongar una guerra dañina para nuestra sociedad. Los tiempos de la lucha armada fracasaron y hoy está en el poder por la vía democrática un excombatiente, demostrando que los movimientos guerrilleros no triunfaron porque se basaron en una ilusión que nos ha costado muchas vidas y esta es tal vez la última oportunidad para la salida negociada al conflicto.

No represento a nadie en la mesa de negociación con Eln, más que a mí misma como colombiana y como podrían estar sentados allí miles de nosotros. Aplaudo la decisión de constituir un espacio diverso y paritario, porque sobre el cuerpo de las mujeres se ha escrito la guerra en este país y porque la única batalla que vale la pena librar es aquella que nos conduzca a la tan anhelada paz.