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Hambre

Es el hambre maestro que nos estalló de frente en un país más preocupado por el chisme del pasillo, que por el pasillo de la pobreza en la periferia de nuestra ciudad.

10 de mayo de 2020 Por: Mabel Lara

“¿Nos puede ayudar con una libra de arroz?”. “Necesito alimentar a mis hijos”. “Nos estamos muriendo de hambre”. Estos son algunos de los mensajes que he recibido en mis redes sociales, y cada vez con mayor frecuencia, por cuenta del confinamiento y la falta de alimentos en muchos hogares colombianos.

Duele mucho conocer desde el privilegio que compartimos los que aún somos asalariados y contamos con algunos recursos para alimentar a nuestros hijos, cómo la están pasando de mal decenas de familias en el país.

En una nación como la nuestra catalogada como la séptima más desigual del mundo no es noticia que madres e hijos pasen hambre; lo que sí es reciente es la conciencia colectiva frente a la necesidad del otro. Las campañas de solidaridad han dejado ver nuestro espíritu más colaborador, pero insuficiente ante la necesidad.

En ciudades como Bogotá, Cúcuta o Medellín las calles de los barrios más vulnerables se han llenado de trapos rojos anunciando a los transeúntes lo que antes a puerta cerrada era soportado en el silencio de las casas y los inquilinatos. Ya ahora los trapos sucios no solo se lavan en casa, se muestran y en rojo intenso para informarle al mundo que la papa, el arroz y los huevos se acabaron.

Las protestas de los desesperados en varias zonas urbanas también han ocupado los titulares de la primeras páginas de los diarios notificando que no solo el Covid mata, también lo está haciendo el hambre, ese vacío en el estómago que arde, que produce dolor baja, energía, confusión, mal genio y hasta resentimiento.

Algunos campesinos han retornado incluso al trueque ancestral para combatir el desabastecimiento cambiando papas por piñas, tomates son peras, necesidad por necesidad.

Las soluciones de los gobiernos locales tienden a convencernos con el suministro de mercados o la ‘generosidad’ de algunos cuantos que entienden su responsabilidad social en medio de semejante prueba de humanidad, pero sigue siendo poco para solucionar un problema que va más allá del Covid que genera impotencia y vergüenza a la misma vez.

Más de cinco millones de colombianos dependen de la informalidad y hoy sin ingresos mensuales no encuentran solución a semejante reto del sistema productor. Es el eterno debate entre salud y economía, desarrollo y asistencialismo; o al menos equidad y evolución. Es el hambre maestro que nos estalló de frente en un país más preocupado por el chisme del pasillo, que por el pasillo de la pobreza en la periferia de nuestra ciudad.

Sigue en Twitter @MabelLaraNews