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El hombre universal

A los dos años sufrió pioliomielitis y eso lo desplomó; se arrastraba como un animal para moverse y fue víctima de conjuros y ungüentos de los viejos que intentaron salvarlo.

11 de noviembre de 2018 Por: Mabel Lara

Nació en Cértegui, Chocó en 1924. Su crianza e historia no es de cuentos de hadas, podría incluso alimentar una historia de superación de esas que abundan en los supermercados pero eso sería muy corriente para hablar de la vida y escritura de un hombre como él.

A los dos años sufrió pioliomielitis y eso lo desplomó; se arrastraba como un animal para moverse y fue víctima de conjuros y ungüentos de los viejos que intentaron salvarlo. Lejos de conseguirlo los amigos y primos, en ese pueblo olvidado y pobre del Chocó, lo llevaban detrás de la iglesia y le ayudaban a hacerse la ilusión de caminar entre ríos pequeños y de poca corriente.

Desde muy temprano empezó a leer gracias a las colecciones españolas Araluce que llegaban a su pueblo con los clásicos griegos y romanos. Así empezó a gestarse el milagro de la escritura en Arnoldo Palacios, entre Iliadas y Odíseas, cuyo protagonistas eran héroes negros.

En muletas montado en una barcaza viajó de Quibdó a Buenaventura y llegó en tren a Bogotá, tras ser becado para estudiar en el Externado Nacional Camilo Torres donde se ganó el respeto de quien fuera su padrino, el rector José María Restrepo Millán. Hizo amistad con el padre de D'Artagnan, Jaime Posada y otros bogotanos influyentes que por su talento lo recomendaron en el diario El Liberal y la revista Sábado.

Su obra principal ‘Las estrellas son negras’, se quemó en el Bogotazo del 9 de abril de 1948, y debió reescribirla haciéndolo de memoria en dos semanas. “En esa época a los negros no les daban nada”, dijo Palacios antes de morir, y relato cómo Diego Luis Córdoba metió un mico en el proyecto de becas César Conto para favorecer a estudiantes brillantes negros del Chocó y fue así “como fuimos dos por el Chocó, un blanco y un negro”.

En París cumplió el sueño de convertirse en un hombre universal, conoció las obras que “forjaron su negritud en los años cincuenta”. Leyó al escritor y político de Martinica Aimé Césaire, al poeta senegalés Léopold Sédar Senghor y se codeó con Louis Amstrong, Duke Ellington, Richard Wright, Briggitte Bardot y Román Polansky.

En esa Francia humanista, Arnoldo Palacios se enamoró de Beatriz, aristócrata francesa, verdadera condesa que lo convirtió en conde, y él a ella en la mamá de sus hijos y traductora de su obra.

Palacios no sólo escribió ‘Las estrellas son negras’, ‘La selva y la lluvia’, ‘El duende y la guitarra’ y su autobiografía ‘buscando mi Madrededios’; escribió cuentos, relatos del Pacífico, obras de teatro y se dio a la tarea de aprender 13 idiomas.

Ayer 11 de noviembre Telepacífico emitió un documental sobre él. Más allá del vinculo personal que me une al canal regional, quiero rescatar la manera en que la televisión pública ha hecho visible lo invisible. Arnoldo Palacios es el principal exponente de la literatura afrocolombiana del Pacífico y no aparece en el inventario académico de la novela colombiana.

Esta pieza documental deja en la memoria del mundo el legado literario y filosófico de un colombiano, que nació en la selva, padeció una discapacidad física y el olvido de su país lo llevó a encontrar la libertad en el exterior. No fue profeta en su tierra, pero se convirtió en un hombre universal.

Sigue en Twitter @MabelLaraNews