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La última alcaldada

La celebración del aniversario de la barbarie empezó ya con una alcaldada: un decreto que vuelve a atacar la estatua de Belalcázar

10 de abril de 2022 Por: Vicky Perea García

En dos semanas se conmemorará el primer aniversario de una de las peores asonadas que ha sufrido Cali en su historia. Fueron dos meses de barbarie en los cuales, además de destruir estaciones y buses del MÍO y de tomarse espacios públicos, la violencia tolerada por algunas autoridades municipales reemplazó a la cultura y la concordia que deben guiar la convivencia en una ciudad.

Fue el momento en el cual la división promovida desde el CAM ahogó el diálogo, y la obsesión por destruir se constituyó en el lenguaje de quienes fueron reconocidos por algunos funcionarios como líderes de la protesta. Aprovechando la reacción contra una reforma tributaria infortunada e inoportuna, la protesta social fue tomada en Cali por una bien organizada embestida de la guerrilla, el narcotráfico y el interés de imponer la anarquía.

Durante semanas, los balazos se oyeron en todas partes, la ciudad fue sitiada, la escasez de combustibles y alimentos cercó a los caleños, mientras el Eln, las disidencias de las Farc y el narcotráfico enviaban sus sicarios y financiaban el caos. Y se instrumentalizó a jóvenes que denominaron la primera línea, para mantener la amenaza como lenguaje de una ciudad donde sus autoridades civiles estaban ausentes y no cumplían su obligación de defender la sociedad.

Durante varias semanas, sólo la Fuerza Pública y del Gobierno Nacional trataban de derrotar la embestida, mientras la Alcaldía era un nudo de contradicciones y de ausencias. El resultado fue una ciudad abatida, pesimista, con las heridas abiertas y con un gobierno local rechazado por ese abandono que se sumó a la estruendosa corrupción que lo rodea sin que la Justicia actúe.

Todo empezó con el derribamiento de la estatua de Belalcázar a manos de unos personajes que ni siquiera viven aquí. De eso sabía el gobierno municipal y lo permitió. Fue el principio del caos, el símbolo de la revuelta a la cual reaccionó en forma tardía y deliberada, permitiendo que se extendiera la anarquía destructora: el centro de Cali, Puerto Rellena, la Autopista Suroriental, la loma de la Cruz, las estaciones de gasolina, la Jovita de Santa Librada, el Paso del Comercio. Todo era objetivo de los violentos y las asonadas fueron respondidas a tiros.

Fueron muchos los muertos y heridos que debieron recogerse en las calles después del salvaje ataque. Pero hubo una gran víctima: la cultura ciudadana, el espíritu de Cali, el respeto por la diferencia que nos caracterizaba. Ahora, ese espíritu es interpretado desde el CAM como instrumento de odio y división social, ignorando la voz casi unánime de los caleños, el 83% de los cuales afirman que su ciudad va de mal en peor.

La celebración del aniversario de la barbarie empezó ya con una alcaldada: un decreto que vuelve a atacar la estatua de Belalcázar,
construida en homenaje a los fundadores y no sólo al conquistador, para celebrar los 400 años de Cali. Decreto innecesario que no se requiere para reparar el monumento abatido por extraños y revive la anarquía de la cual fue objeto la ciudad.

Ese decreto es también un intento por estatizar la cultura en Cali, por imponer criterios absurdos propios del estalinismo que profesa el alcalde de turno y nacen de su ignorancia deliberada sobre la historia de la ciudad. Es su manera de anticiparse a lo que será el juicio a su permisividad con la destrucción del espíritu amable y tolerante de Santiago de Cali.

Sigue en Twitter @LuguireG