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Empieza la fiesta

De nuevo, las trapisondas, la compra de votos y el desinterés creciente harán del evento que debe renovar las instituciones un espectáculo que aleja a los colombianos del Estado.

21 de julio de 2019 Por: Vicky Perea García

Con la instalación del Congreso también se da la partida a las elecciones regionales y locales. De nuevo, las trapisondas, la compra de votos y el desinterés creciente harán del evento que debe renovar las instituciones un espectáculo que aleja a los colombianos del Estado.

El pasado miércoles, y como cada que hay elecciones, la directora de la ONG Misión de Observación Electoral volvió a clamar sobre la violencia que según ella se presentará en la elección de alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. “Pese a estar en el marco de un proceso de paz (...), lo que estamos viendo es un proceso en que nos acercamos a un proceso electoral que puede ser más violento que hace cuatro años”.

Así cumplió la señora Alejandra Barrios con el papel que al parecer justifica la existencia de la MOE: hablar de los muertos que nunca se producen en las elecciones y mostrar mapas de riesgo que han realizado durante no sé cuántas elecciones y que casi nunca coinciden con lo que ocurre. Y la realidad son cosas cada vez más escabrosas para quedarse con el poder y los presupuestos públicos de la provincia.

Lo que existe en realidad es todo un tinglado dispuesto para cosas distintas a la transparencia que debería buscar la MOE. Es decir y con excepciones cada vez más escasas, reviven los traslados de votantes, la compra de votos, las interferencias en los datos que manejan las registradurías, las alianzas interesadas de candidatos que se inscriben y luego se venden por un puñado de pesos, y los almuerzos que se reparten sin límite a los cada vez más escasos electores.

Por ejemplo y según la autoridad electoral, en Cali se inscribió un 447% más de cédulas que hace cuatro años. Y en Palmira, el 145%. ¿De dónde vienen? ¿Acaso hay algún atractivo especial para generar esa abundancia de inscritos? Y la compra venta de sufragios: según conocedores del negocio electoral, el voto ya se cotiza hasta en $80.000 más la respectiva caja de lechona.

Lo que no pude saber es cuánto están costando las ayuditas que no hace mucho llevaron a la cárcel al expoderoso exsenador Juan Carlos Martínez. Y aún falta para saber cuánto, en el caso de Cali, cobraran varios de los 16 candidatos a la alcaldía municipal por declarar su adhesión al que les ofrezca más plata y puesto por semejante sacrificio.

Y así, surgirán de nuevo todas las patrañas que los colombianos hemos inventado a lo largo de nuestra larga vida democrática. “El que escruta elige”, dijo alguien en el Siglo XIX. “El chocorazo” que inventó alguien en el XX. ¿Cuál será nuestro aporte en este XXI?

Lo que hay entonces es todo un entramado para asegurar el dominio sobre municipios y departamentos. Y mientras tanto, en el Congreso siguen haciéndose los de las gafas con los cambios que se requieren para impedir que la democracia sea burlada por las empresas electorales que acabaron con los partidos.

Uno de los peores resultados de esa pestilencia que rodea las elecciones es la distancia y la apatía que crecen entre los colombianos. Ello explica por qué la muestra es una democracia frágil que pierde participación ciudadana y es capturada por las mangualas y los depredadores de siempre.

El problema no es entonces la violencia que cada elección anuncia la señora de la MOE. Es ante todo el propósito de falsear la voluntad popular para después entrar a saco en los recursos que deberían ser usados en la solución de los problemas de la gente.

Sigue en Twitter @LuguireG