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Las memorias que dejaremos

En la célebre pintura del artista Paul Klee, conocida como el ‘Ángel de la Historia’, Walter Benjamín, menciona cómo este ángel que aparece allí es impulsado por un viento que viene del pasado, que se levanta sobre las ruinas que va dejando en su camino.

4 de junio de 2017 Por: Luis Felipe Gómez Restrepo

En la célebre pintura del artista Paul Klee, conocida como el ‘Ángel de la Historia’, Walter Benjamín, menciona cómo este ángel que aparece allí es impulsado por un viento que viene del pasado, que se levanta sobre las ruinas que va dejando en su camino. Este ángel, con sus ojos desorbitados, quiere recomponer las ruinas, pero este viento, considerado como cierta noción del progreso instrumental, le imposibilita su deseo.

La alegoría remite a las víctimas, que serán las ruinas dejadas por el viento que, en su representación del progreso, son dejadas en ese abismo oscuro que será la Segunda Guerra Mundial y toda la técnica y burocracia articulada a un aparato de muerte. Esa mirada hacía el pasado es la única vindicación de los caídos, es la posibilidad de impedir la doble muerte hermenéutica, que el mismo Benjamín señalaba, es el olvido. La memoria y dignidad de las víctimas son el baluarte donde se estrellan los cantos de guerra y el antídoto contra las burocracias y poderes que viven de la violencia.

Así pues, la memoria, potente instrumento que construye las identidades nacionales, la transmisión de las prácticas entre generaciones, las costumbres entre los pueblos y que permea lo más íntimo de nuestra cotidianidad a través de la palabra, del gesto aprendido, del afecto enseñado, no puede negar que es parte del espíritu de un pueblo que se niega a seguir signado y crucificado por la violencia y la guerra.

La experiencia reciente de Colombia, en clave de las víctimas, demanda la memoria, el derecho a saber, a generar una demanda de justicia atravesada por recuerdos en un país que para algunos se presume desmemoriado, sin ese espíritu que lo constituya como Nación. Y si bien esta es razón suficiente para exigir más y más memoria, también debemos indagar el para qué de ella en nuestros territorios. La memoria es la verdad de las víctimas, esa verdad que nos libera de la violencia, nos restaura y nos permite dar el gran paso hacia la reconciliación.

En Trujillo, los familiares de las víctimas de la Masacre celebran el 17 de junio una peregrinación por el Parque Monumento, hermoso lugar de reconocimiento internacional, pero desafortunadamente de poca visibilidad regional. En Tumaco, la Casa de la Memoria evoca a través de fotografías a los ausentes como consecuencia de la indomable violencia que aún permanece en este retazo del Pacífico colombiano.

Algunas apuestas recientes en nuestra región, como las que contienen el modelo de Gestión Territorial para la Paz de la Gobernación o los proyectos de memoria de la Alcaldía, también plantean la memoria como bisagra de múltiples procesos que empiezan a reconocer las injusticias pasadas dándoles voz a las víctimas, reconociendo lo hasta ahora negado, exigiendo la justicia y, en cualquier caso, siendo expresiones de nuestro trauma psicosocial.

Además de todo ello, nuestra memoria inicia su trámite en tiempos de posacuerdo, así que debemos reconocer sus efectos sobre la sociedad, el poder de las narrativas que se configurarían, los puentes de reconciliación que facilitaría y el legado que finalmente dejaremos a las generaciones más jóvenes y a las que les siguen. La memoria, entonces,deberá ser entendida como transformadora y restaurativa. Ese es nuestro reto fundamental para superar la perplejidad e impotencia del ángel de la historia.

*Rector Universidad Javeriana Cali

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