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‘¡Vete, Satán!’

No hay que ser creyente y católico para asociarse al homenaje nacional que Francia le rindió al padre Jacques Hamel, asesinado de manera bárbara (fue degollado) hace exactamente un año mientras celebraba una misa en su parroquia del pueblo obrero de Saint-Etienne- du -Rouvray por dos terroristas que se proclamaron representantes del Estado Islámico (Isis).

27 de julio de 2017 Por: Liliane de Levy

No hay que ser creyente y católico para asociarse al homenaje nacional que Francia le rindió al padre Jacques Hamel, asesinado de manera bárbara (fue degollado) hace exactamente un año mientras celebraba una misa en su parroquia del pueblo obrero de Saint-Etienne- du -Rouvray por dos terroristas que se proclamaron representantes del Estado Islámico (Isis). El presidente Emmanuel Macron acudió personalmente al lugar del crimen y pronunció otro de sus inspirados discursos para rememorar la vocación a hacer el bien del sacerdote mártir de 85 años y agradecer el comportamiento digno de la población que supo perdonar antes de caer en la tentación de una venganza y la guerra de religión buscada por los agresores. Y de paso todos recordaron las últimas palabras del padre Hamel antes de morir cuando, en un momento de extraordinaria lucidez, le dijo a sus agresores “¡vete, Satán!”. Palabras subrayadas en los medios e interpretados de múltiples maneras, todas válidas. La que a mí me convenció fue aquella que se refiere a la situación del mundo actual, plagado de guerras, violencias e intereses ajenos a toda sensibilidad humanitaria. Da la impresión que ‘el oscurantismo’ y el ‘arrogante terrorismo’ triunfan, como bien lo dijo Macron. Y que, aquel Satán que el padre Hamel quiso ahuyentar, se ha apoderado del mundo.

Lo cierto es que el panorama parece sombrío y el pesimismo se vuelve obligado ante el espectáculo de tantos sufrimientos y privaciones. De manera desordenada resulta fácil enumerar los casos extremos. Uno, lo tenemos aquí cerca en Venezuela, donde un vulgar dictador insiste en aniquilar un país que asemejaba el paraíso. Los venezolanos aguantan represión, pobreza, inflación y falta de víveres. La revolución acabó con todo. Brasil -aquella súper potencia sudamericana- sucumbe ante la demoledora corrupción de sus líderes más preciados: Dilma Rousseff fue impedida, Luis Inacio ‘Lula’ condenado a 10 años de prisión por lavado de dinero y otros delitos, Michel Temer acusado de recibir millones de dólares en sobornos. ¡La vergüenza! Alejándonos, aparece un Yemen (el país árabe más pobre del planeta) desmembrado por una guerra civil que ya cobró la vida a más de 10 mil personas, entre sectas musulmanas sunitas y chiítas y la irrupción de una epidemia de cólera que amenaza con matar a un millón más. Libia no se queda atrás en materia de caos. Desde la caída del dictador Muammar Gaddafi hace seis años el país se fragmentó en hordas de terroristas, mercenarios y extremistas de todas las tendencias. La participación de Isis en el desastre es notoria. En este momento, europeos y norteamericanos ven que las reservas petroleras del país corren peligro y tratan de reconciliar a las partes enfrentadas. Entre tanto, 120 mil libios perdieron la vida. Y qué decir de Corea del Norte y de la escalada verbal entre Pyongyang y Washington que nos tiene petrificados del susto. El mundo sabe que cuando el líder supremo norcoreano Kim Jong-un dice: “La guerra termonuclear puede estallar en cualquier momento”, no está bromeando. Y cuando el presidente Donald Trump declara que perdió la paciencia, cualquier cosa puede suceder. Finalmente entristece ver como la actual crisis israelo-palestina aleja para siempre cualquier intento de acuerdo de paz en la región. En un diálogo de sordos, los israelíes hablan de seguridad y los paletinos hablan de soberanía sin llegar a un entendimiento. Y en Turquía, el temido dictador Recep T. Erdogan aprovecha la oportunidad para ganar puntos en su afán de convertirse en el califa de un nuevo imperio otomano.

“¡Vete, Satán!” dijo el padre católico francés Jacques Hamel antes de morir. ¡Que Dios lo oiga!