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Un país violento

Desde que en Minnesota (Estados Unidos) un policía bárbaro mató a sangre fría a George Floyd.

25 de junio de 2020 Por: Liliane de Levy

Desde que en Minnesota (Estados Unidos) un policía bárbaro mató a sangre fría a George Floyd -un hombre negro arrestado por un delito menor- el gran país del Norte conoce una explosión de ira callejera sin precedente para denunciar las violencias policivas y supuestamente racistas contra la comunidad afroamericana.

Centenares de miles de manifestantes negros y blancos unidos bajo la bandera del movimiento ‘Black Lives Matter’ (La vidas negras importan) expresaron su indignación por lo ocurrido. Indignación válida y protestas necesarias, sin duda alguna. Aunque, por desgracia, rápidamente capitalizadas por vándalos que salieron a incendiar, destruir y robar a cuantos comercios tenían a su alcance frente a policías mirando sin saber qué hacer, inhabilitados y con la consigna de no intervenir para no enfurecer aún más a los sublevados.

Pero el daño causado a los representantes del orden es enorme, demoledor. Convertidos en chivos expiatorios del horrendo crimen cometido por uno de sus miembros se sienten humillados y traicionados. La injusticia afecta su tarea y la función que cumplen en defensa de nuestra protección y bienestar.

Obviamente la vida de los ciudadanos negros importa al igual que la vida de todos los demás, y la reputación de una cierta severidad de la policía norteamericana es justificada. Yo sé que en Estados Unidos no se discute con un policía; por más razón que uno tenga, él impone su ley. A un policía norteamericano mejor decir ‘yes sir’ o ‘no sir’, y esperar su veredicto. Contrariarlo termina mal.

Sin embargo toca reconocer que la tarea de imponer el orden y defender a la ciudadanía de los hampones no es fácil e implica serios riesgos. En especial en Estados Unidos donde circula una enorme cantidad de armas. La vida de un policía es tensionante y miedosa pero nos explican que el policía no puede sentir miedo y está formado para saber controlarse y utilizar su fuerza con frialdad. Y ocurren los desbordamientos como lo padeció George Floyd desatando ira y protestas. Además de acciones de vandalismo y robos perpetrados por hordas infiltradas y que, por su criminal comportamiento, desmeritaron el mensaje moral y antiracista de las manifestaciones.

Ante el horrible espectáculo de los robos e incendios los observadores insinúan que por su magnitud no es espontáneo y responde a intereses diferentes de la protesta inicial. Recuerdan que el movimiento ‘Black Lives Matter’ nació en 2013 en forma pacífica para denunciar las discriminaciones raciales pero se radicalizó con los años y terminó secuestrado por una nebulosa política con una agenda revolucionaria que transmite con un discurso neomarxista y que de repente adopta un sector del ala izquierdista del Partido Demócrata.

Con el pretexto de combatir ‘El privilegio blanco’ dicha agenda pide ahora desmantelar a los representantes del orden público así como valores morales y culturales muy propios del país. Próceres de la nación son cuestionados. Entre ellos George Washington, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln. Nada menos. Y en nombre de una ‘diversidad’ (mal entendida) en el cine se veta ‘Gone with the Wind’ -fue la película que le valió el primer Óscar a una actriz negra-; se reprocha a la música clásica de ser blanca, europea y no ‘inclusiva’ y toca eliminarla; también a deportes como el hockey sobre hielo o el mismo golf por elitistas, etc.

Al margen de tantos absurdos los expertos decidieron que el problema de los negros en Estados Unidos no es tanto de raza sino de clase social y de pobreza. Y recomiendan penetrar en los barrios negros violentos y limpiarlos de las poderosas pandillas que los dominan. Y para hacerlo solicitar la ayuda de la Policía. ¿De quién más?