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‘Líbano puede desaparecer’

Esta alarmante predicción del ministro de Relaciones Exteriores francés, Jean Yves Le Drian, alude a la gravísima crisis económica, política y social que se vive en Líbano.

3 de septiembre de 2020 Por: Liliane de Levy

Esta alarmante predicción del ministro de Relaciones Exteriores francés, Jean Yves Le Drian, alude a la gravísima crisis económica, política y social que se vive en Líbano. Mientras tanto su jefe, el presidente Emmanuel Macron busca desesperadamente la manera de salvar al país del Cedro en aras de una histórica y fraternal relación franco-libanesa. No olvidar que hace cien años Francia creó el Líbano para proteger a los cristianos maronitas, francófilos y francófonos y que este país vivió bajo mandato francés hasta que proclamó su independencia en 1943.

Desde entonces se rige por un gobierno basado en el confesionalismo más estricto que le otorga el cargo de Presidente a un cristiano, de Primer Ministro a un musulmán sunita y el jefe del Parlamento debe ser musulmán shiita. Un arreglo que en su época buscó ser equitativo con las múltiples comunidades y así permitirles vivir en armonía. Y funcionó por un tiempo, haciendo del Líbano un país emprendedor, próspero, alegre, con excelente gastronomía, musical, turístico y abierto.

Pero, por desgracia, a lo largo de los años las comunidades se multiplicaron, radicalizaron y fanatizaron para dividirse, encerrarse y rivalizar entre sí hasta librar una cruel guerra civil (1975-90) que facilitó las más nefastas interferencias extranjeras y marcó su declive. Agobiados por los odios y la violencia los libaneses se entregaron a líderes rapaces que se dedicaron a robar todas las riquezas del país; lo desvalijaron. Y lo peor es que también se atornillaron a sus cargos para mejor explotarlos, un ejemplo: el jefe del Parlamento libanés ocupa su cargo desde 1992.

La corrupción económica, el clientelismo político y el confesionalismo exacerbado acabaron con la llamada ‘Suiza del Medio Oriente’ para convertir al Líbano en uno de los países más arruinados y desiguales del mundo. Según las estadísticas los libaneses ricos representan el 1% de la población y poseen el 40% de las riquezas nacionales.

Cuando el 4 de agosto pasado explotó la enorme carga de nitrato de amonio (2750 toneladas) mal almacenada en el puerto de Beirut (mató 180 personas y dejó miles de heridos y sin techo) el mundo se percató, asombrado, que en el Líbano no hay prácticamente gobierno ni quién responda por el desastre. Además no brinda ningún servicio social a sus ciudadanos, ni medicina, ni educación, ni ayuda a los viejos ni a los niños, ni agua potable, ni electricidad, ni recogedores de basura. Nada. Si se necesita un servicio, toca pagarlo en forma privada. Los ricos lo hacen y los pobres, que se ‘frieguen’. Tampoco hubo nadie para explicar en forma razonable y creíble por qué, y durante seis años, se almacenaron toneladas de material incendiario en forma tan negligente y en plena ciudad.

Ante tan irresponsable vacío de poder quienes quieren ahora ayudar no saben cómo y con quién tratar. Por eso el presidente Macron tomó la iniciativa de correr a confortar a los desesperados libaneses. El día 6 de agosto viajó a Beirut, visitó el puerto donde ocurrió la explosión y dijo a los siniestrados: “No los abandonaré”. Aunque condicionó cualquier ayuda con urgentes reformas políticas y económicas y la partida de los ‘patriarcas’ de los diferentes clanes. Volvió al cabo de un mes a verificar si los libaneses cumplieron con su tarea. Al convocar a los líderes comunitarios (al parecer son nueve) encontró que poco cambió. A la víspera de su llegada posesionaron un nuevo Primer Ministro, Mustapha Adib, un diplomático que durante décadas fue el asesor de un billonario exprimer ministro (Najib Mikati) y muy cercano de la vieja guardia. Los grupos de oposición lo rechazan y reprochan a Macron su reunión con los jefes de clanes tradicionales ya que al hacerlo, los habría vuelto a legitimar. Ayudar al Líbano en semejante situación de desconfianza y rabia, no va a ser fácil.