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La ‘primavera’ asusta

¿Por qué fracasan las rebeliones árabes? ¿Por qué los anhelos de libertad, progresos y democracia no llegan a realizarse pese a la extraordinaria valentía y voluntad de sacrificios de sus participantes?

21 de abril de 2019 Por: Liliane de Levy

Cada vez que oigo hablar de una nueva ‘primavera ‘arabe’ me asusto. La totalidad de los movimientos de liberación o emancipación registrados en países árabes desembocaron en más barbarie y anarquía. Ahora nos cuentan que en forma casi simultánea, tanto los militares en Argelia como de Sudán atendieron el clamor de cambio y libertad de sus respectivos pueblos y obligaron a sus opresivos jefes de estado a abandonar el cargo que ocupan desde hace 30 años, por medio de flagrantes fraudes.

Y fue así como cayó el anciano dictador argelino Abd el Aziz Bouteflika que había convertido a Argelia en su finca particular y casa de veraneo. Y también cayó el sanguinario déspota Omar el-Bechir en Sudán, acusado de crímenes atroces contra la humanidad y genocidio. Cosa que nos debería alegrar sin duda alguna si no fuera por los ejemplos que tenemos ante los ojos en Egipto, Siria, Libia, Yemen, Tunisia y otros, y no nos podemos dar este lujo. En todos estos países se registraron las manifestaciones más multitudinarias y más valientes y consiguieron tumbar a los sátrapas que los abusaron. Para casi de inmediato meterse en manos de otros sátrapas, aún más sanguinarios y despiadados. Como decimos vulgarmente: salieron de Guatemala para meterse en Guatepeor.

Fueron levantamientos fallidos y anhelos frustrados. Para citar algunos ejemplos podemos comenzar con Egipto, donde el régimen del actual presidente Abd el Fattah el Sisi ejerce una dictadura feroz que castiga la menor disidencia y la más insignificante crítica con una severidad sin precedente. Lo acusan de torturas, asesinatos y masivas detenciones políticas que, según los expertos, superan los 65 mil. Pero que en tiempos de su antecesor Hosni Mubarak, depuesto en la ‘primavera egipcia’ hace ocho años. En Yemen, la ‘primavera’ fracturó un país dictatorial pero unificado y relativamente estable y lo sumió en una guerra religiosa y civil de proporciones catastróficas, con interesadas intervenciones extranjeras, agravadas por hambrunas y destrucciones. Se dice que la crisis humanitaria en Yemen es uno de los episodios más atroces de la última década.

En Siria se necesitó más de medio millón de muertos, millones de refugiados y un país literalmente en ruinas para comprender que la ‘primavera’ sirvió para demostrar que el dictador Bashar al-Ásad sigue siendo la mejor opción que tienen los sirios para aspirar a un poco de estabilidad. La otra opción sería el Estado Islámico y sus esbirros. ¡Qué tristeza! En Arabia Saudita, país rico y dictatorial por excelencia, el cambio (o ‘primavera’) que se pensó vislumbrar con el nombramiento del heredero al trono, el joven Mohamed Ben Salman, mostró su verdadero rostro dictatorial y sanguinario con la manera como fue tratado el periodista saudí Jamal Khashoggi.

¿Por qué fracasan las rebeliones árabes? ¿Por qué los anhelos de libertad, progresos y democracia no llegan a realizarse pese a la extraordinaria valentía y voluntad de sacrificios de sus participantes? Los analistas concuerdan sobre varios aspectos. Ellos consideran que los líderes de las rebeliones y protestas contra los déspotas árabes nunca actúan en forma organizada. Tampoco cuentan con la experiencia política que necesita una rebelión ni una ideología clara. Y cuando logran el cambio de gobierno y se instalan en el poder los nuevos gobernantes -casi siempre militares- revelan sus graves fallas: un desconocimiento total de las innovaciones comerciales del mundo global actual, de las aperturas económicas, de las reformas, de la tecnología moderna y de los mismos valores democráticos. Su bagaje post-colonial no los ha preparado para tal reto. Aparentemente llegan con el único propósito de eliminar todo vestigio del régimen anterior e instalar su propia élite. Y gobernar a su manera, pisoteando la ‘primavera’ que los llevó al poder.