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El poder de las minorías

La democracia sigue siendo el sistema menos malo de todos los demás a pesar de sus enredos.

5 de marzo de 2020 Por: Liliane de Levy

La democracia sigue siendo el sistema menos malo de todos los demás a pesar de sus enredos. A ratos desconcierta y confunde a quienes buscan aplicar los valores que dice representar, de la mejor manera posible. Tenemos ante los ojos un ejemplo aleccionador convertido en desafío democrático de enorme envergadura. Veamos.

Se trata del tercer intento de elecciones llevadas a cabo en un solo año en Israel para elegir gobierno y primer ministro con el propósito de poner fin a la más grave crisis política en toda la historia del país. En las tres veces el partido que más votos acaparó fue El Likud y cuya coalición de derecha encabeza y dirige Benjamín Netanyahu, en el cargo de primer ministro desde hace más de una década. El LIkud ganó pero esta vez (como en las dos anteriores) sin contar con los votos de los diputados de la Knéset (Parlamento) necesarios (la mitad más uno o sea 61) para poder formar un gobierno. En el caso de estas últimas elecciones el partido Likud y sus aliados dominados por religiosos consiguieron 58 curules; solo le faltaron tres para mantenerse en el poder con mayoría propia. Una victoria muy significativa en este apasionado sistema multipartidista israelí y sobre todo en estas últimas elecciones a las cuales acudieron el 71 % de los electores a pesar del miedo al coronavirus.

La oposición de centro izquierda conformada por el partido Azul y Blanco del excomandante mayor de las Fuerzas Armadas Benny Gantz -engrosado por el Partido árabe unido- registró un resultado de 55 curules. Y comenzó el enredo. Ya que en estos momentos, los dos bloques enfrentados se dan a la ardua tarea de conseguir adeptos para alcanzar la meta exigida de 61 curules en el Parlamento. No es fácil conseguirlos. Netanyahu necesita de tres diputados a su favor, Gantz necesita seis. ¿Dónde encontrarlos? Allí entra a jugar el poder del único partido libre y no alineado, el ultranacionalista y pro-laico Israel Beitenu de Avigdor Lieberman que cuenta con siete curules (solo siete) pero detiene en su manos la llave para el éxito electoral y la toma del poder de tal o cual partido. Lieberman se hace de rogar imponiendo sus exigencias y ventajas que van más allá de lo que él o su partido representan en el panorama político del país. Su poder es desproporcionado; él lo sabe, no le importa y lo explota.

En estos momentos Lieberman veta a los partidos religiosos que abundan en la coalición de derecha de Netanyahu y veta al mismo Netanyahu de todo futuro gobierno. También veta a los diputados árabes que adhieren al partido de centro izquierda de Gantz y le aportan 15 curules, imposibles de remplazar. Esto con el agravante de que Netanyahu enfrenta juicios en su contra programados dentro de unos quince días; lo inculpan de corrupción, abuso de confianza y malversación de capitales en varios casos. Además nadie sabe si la venerable Corte Suprema de Israel le permitirá a Netanyahu formar un gobierno (aun si lo logra) mientras no resuelve las acusaciones en su contra y que niega. Entre tanto sigue la pelea y regateos.

Los amigos de Netanyahu consideran que los votantes que lo respaldaron en las urnas desaprueban a los magistrados que lo acusan. Ellos apoyan su gerencia de un país que llevó a la prosperidad, la fuerza y el reconocimiento como potencia internacional. Sus enemigos, reunidos alrededor de Benny Gantz, defienden el lado moral y democrático del país y el peligro de una corriente religiosa que tornaría a Israel en una teocracia. Además creen que el poder corrompe y en Israel hay más gente capacitada (fuera de Netanyahu) para tomar las riendas del país; que un cambio se impone. En medio de tanta rivalidad y pasión se encuentra el partido minúsculo de Lieberman con sus 7 curules y la posibilidad de elegir al gobierno que él quiere. Una minoría con tanto poder no habla bien de la democracia. Israel está en mora de cambiar su sistema electoral.