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¿El NYT, intolerante?

Cuando se habla del ‘New York Times’ (NYT) se hace con respeto. Es sin duda el gran líder del periodismo mundial y una mina de informaciones seriamente investigadas y valiosas en cada una de sus páginas.

6 de agosto de 2020 Por: Liliane de Levy

Cuando se habla del ‘New York Times’ (NYT) se hace con respeto. Es sin duda el gran líder del periodismo mundial y una mina de informaciones seriamente investigadas y valiosas en cada una de sus páginas. Con 1600 periodistas a su servicio y 5,8 millones de suscriptores, afirma su importancia. Es la referencia máxima.

Sin embargo desde hace algún tiempo muchos de sus lectores sienten malestar al encontrarlo demasiado partisano; muy severo y casi que ensañado contra el Partido Republicano y el presidente Donald Trump y comprometido en el propósito de que no fuera reelecto y por otro lado demasiado indulgente y discreto con el Partido Demócrata y en especial con su candidato Joe Biden quien, en estos momentos debe responder a acusaciones sobre acoso sexual e incluso una violación, a cargos de plagios y cuentos gloriosos -pero mitómanos- sobre su vida. La gente percibe el sesgo y lo comenta en medio de dudas hasta que dos eventos reveladores surgieron para confirmar las sospechas.

A principios de junio pasado James Bennet, director de la sección ‘opinión’ del diario, renunció a su cargo (lo ocupaba desde el 2016) por publicar una tribuna del senador republicano Tom Cotton invitando al ejército a intervenir para devolver el orden perturbado en las ciudades por los desmanes de los manifestantes que protestaban contra las discriminaciones raciales. De inmediato llovieron las críticas sobre los directivos del diario y centenares de periodistas alegaron sentirse en peligro. Y Bennet, presionado por todo lado tuvo que renunciar.

Un mes después la joven columnista Bari Weiss también renunció en carta severa dirigida a A.G. Sulzberger (patrón del NYT) para denunciar un ambiente de trabajo hostil, de “intimidaciones permanentes” de parte de sus mismos colegas que no aceptan su línea ideológica que ella califica de “centrista” palabra que se volvió hereje en Estados Unidos. Según dice, la trataban de “nazi” y “racista”, de mentirosa y sectaria. Y explica que sentía su trabajo y carácter desvalorizados y su vida un infierno porque no se identificaba con el llamado ‘progresismo’ o izquierda radical que se había apoderado del diario. Esta segunda renuncia tuvo una resonancia muy amplia en los medios norteamericanos e incluso en Europa.

En Francia el célebre columnista canadiense Mathieu Bock-Cote la comentó en una nota publicada en ‘Le Figaro’ que tituló ‘El NYT, la ‘Pravda’ del progresismo norteamericano’. Un progresismo dictatorial e inquisidor al punto de degenerar en el movimiento ‘cancel culture’ que persigue la cancelación cultural e histórica de todos aquellos sospechados de haber cometido en algún momento de su vida una falla relacionada con identidad o feminismo. Sin consideración si después se arrepintieron o repararon su falla.

Lo extraño es que Bari Weiss ingresó al NYT precisamente para hacer lo que estuvo haciendo. La llamaron del Wall Street Journal cuando en noviembre del 2016 Trump ganó las elecciones y tomó a todo el mundo por sorpresa. El NYT no lo había sospechado. Era tan absurdo.

Fue entonces cuando los directivos del diario se dieron cuenta que estaban desconectados de la realidad del país y reclutaron gente joven con ideas inhabituales en sus páginas, liberales, conservadores, religiosos, de todo. Y contrataron a Bari Weiss quien se destacó como audaz y muy valiente. Y se metió en todo, no solo en política, con el feminismo de #Me Too y sus excesos, con el antisemitismo disfrazado de antisionismo y con la ‘apropiación’ cultural del país de una izquierda radical que fomenta una ‘guerra civil’ entre los jóvenes exaltados, apodados ‘woke’ (despiertos) y los ancianos, supuestamente adormecidos. La ‘apertura’ del New York Times no daba para tanto.