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El desespero venezolano

Malas noticias llegan de Venezuela: la Asamblea Constituyente votó, por unanimidad, el permiso de adelantar ante la Corte Suprema un proceso penal contra el diputado Juan Guaidó.

4 de abril de 2019 Por: Liliane de Levy

Malas noticias llegan de Venezuela: la Asamblea Constituyente votó, por unanimidad, el permiso de adelantar ante la Corte Suprema un proceso penal contra el diputado Juan Guaidó. Su vocero Diosdado Cabello, segundo en importancia del partido en el poder, acusó a Guaidó de usurpar las funciones del presidente Nicolás Maduro pese a que más de 50 países del mundo lo reconocen como el legítimo presidente interino del país. “Actuamos según la Constitución”, declaró Cabello al anunciar el veredicto, pero por ley ni la Asamblea ni la Corte Suprema tienen el derecho de perseguir o levantar su inmunidad a un funcionario oficial. 

Un atropello que Guaidó califica de “inquisición”.

Ante tan triste situación la gente se pregunta: ¿Se saldrá Maduro con la suya? ¿Se quedará en el poder pese a todo el daño causado a su país? ¿Al levantar la inmunidad a Guaidó se atreverá a arrestarlo y silenciarlo, como lo hizo con un sinnúmero de prominentes opositores? Estados Unidos amenazó con intervenir si sucediera, ¿intervendrá? Entretanto los días pasan y el desespero y el pesimismo se acumulan. Y Maduro no cae.

Lo cierto es que desde el principio del año del cándido jubilo que se apoderó de los venezolanos cuando en su sombrío universo apareció el joven Guaidó, serio, valiente y confiable, se pensó que con un poco más de sacrificios y paciencia acabarían la pesadilla del chavismo y podrían aspirar a un retorno de la democracia y la prosperidad que siempre fue suya. Más aún porque de repente Estados Unidos se mostró solidario con el cambio y dispuesto a ayudar a desbancar a Maduro por medio de severas sanciones que el pueblo, muy estoico, aceptó soportar con tal de liberarse. Fue pensar con el deseo al creer que un dictador como Maduro escucharía el clamor de su pueblo, reconocería su fracaso y se iría. Pero no. Los dictadores son insensibles al dolor ajeno.

En una columna que escribí hace un par de meses comparé a Maduro con Bashar al-Ássad, quien aferrado en el poder en Siria bombardeó a su propio pueblo con un saldo de 600 mil muertos, el exilio de millones y un país totalmente destruido. Y se sostuvo.

¿Sucederá lo mismo en Venezuela? Los venezolanos no lo saben todavía aunque hicieron de todo para decirle a Maduro que se fuera, que no sirve y que su revolución corrupta e incompetente fracasó. Marchas, protestas, manifestaciones, huelgas, súplicas, llantos, ayunos, rezos. Nada sirvió cuando el colapso económico y social de Venezuela salta a la vista.

Los servicios de base no existen. No hay comida, ni medicamentos, ni trabajo, ni vivienda, ni seguridad. Nada. Un horror sin precedente y que -según los observadores solo llego a ocurrir en Zimbawe. Con decir que el reciente apagón eléctrico de cinco días acabó con lo poco que quedaba de las riquezas venezolanas de antaño.

Durante este lapso, la mayoría de las fábricas cerraron para no volver a abrir más, las industrias del aluminio , acero y hierro quebraron o redujeron su actividad a los mas mínimo, los hospitales reportaron un numero récord de pacientes fallecidos por falta de atención, el agua escaseó peligrosamente, los comercios saqueados, y los alimentos no daban a basto. Escenas de gente escarbando en tarros de basura para alimentarse se regaron por el mundo.

Se calcula que el apagón costo mil millones de dolares al país y que la inflación alcanzó el 51 millón por ciento (no lo entiendo; solo sé que las divisas venezolanas no tienen ningún valor).

Respecto al petróleo -que representó el 90% de los fabulosos ingresos del pasado- ahora escasea por falta de técnicos y no se vende por presión del veto norteamericano . Entretanto Maduro y su equipo siguen creyendo en la bondad de su gestión y alentando a sus (pocos) seguidores, gritando: “¡No nos detendrán!”. ¿Hasta cuándo?