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Dos mujeres

No voy a referirme a Íngrid Betancourt o Piedad Córdoba; ellas hablan...

1 de octubre de 2010 Por: Liliane de Levy

No voy a referirme a Íngrid Betancourt o Piedad Córdoba; ellas hablan de sí mismas, sin necesidad de defensores. En cambio quiero referirme a dos mujeres ‘sin derechos’, que viven abusadas y esclavizadas en sociedades que las persiguen con saña.La primera es Sakineh Mohamad Ashtiani, una viuda iraní de 43 años de edad encerrada en una cárcel desde hace cinco años por el ‘crimen’ de adulterio y condenada a 99 latigazos que le administraron en presencia de uno de sus dos hijos. Luego, la República Islámica de Irán consideró que el castigo fue leve y la condenó al ‘rajam’, es decir, a morir lapidada. De inmediato el mundo se movilizó contra tan cruel castigo en toda Europa -en especial Francia-, Canadá e incluso Brasil cuando el presidente Lula ofreció asilo a Sakineh, sin comprender hasta qué punto ofendía a su fanático colega iraní Ahmadinejad. Sin embargo, ante la presión el Gobierno iraní buscó una salida y ‘descubrió’, así, por milagro, que Sakineh fue cómplice en la muerte de su marido. Entonces revisó su condena y finalmente dictaminó que moriría ahorcada.La verdad es que el caso de Sakineh se ha convertido en símbolo tanto para Irán como para los humanitarios que quieren salvarla. Hace cinco años, cuando fue arrestada por adulterio, el tribunal iraní la había eximido de toda culpa en la muerte de su marido, pero no la liberó. Al contrario buscó castigarla con más severidad para, con su ejemplo, intimidar mejor a las mujeres que en Irán son miradas por los clérigos como un foco de disidencia en todos los aspectos. Y fue cuando se decidió lapidarla. Es decir -como lo describe el Código Penal iraní- enterrarla a nivel del pecho mientras una horda enardecida le tira piedras “ni muy grandes ni muy pequeñas, del tamaño de una mandarina” (poético, ¿no?), hasta dejarla muerta... Creo que es importante imaginar la escena de una lapidación y visualizar las piedras que desgarran la piel, rompen el cráneo y destrozan la cara, y así evaluar el horror de tan abominable rito, muy corriente en Irán, Afganistán -y otros países del mismo corte- y que la opinión mundial intenta abolir. Por eso Sakineh se convirtió también en un símbolo para quienes buscan salvarla y con ella, a otras víctimas. Y fue cuando el Gobierno iraní cambió de estrategia: llevó a Sakineh, cubierta de velos y aparentemente torturada, ante las cámaras de la televisión estatal para que ‘confesara’ personalmente su papel en la muerte de su marido. Y luego cambió la criticada lapidación por una condena a la horca. Una farsa siniestra que el mundo denuncia. Ojalá logre salvarla. Es difícil... aunque, como dijo su abogado refugiado en Noruega: “En un país donde el arbitrario es ley, todo es posible: ¡Lo peor como lo mejor!”.La segunda mujer a la cual quiero referirme se llama Bibi Aisha. Es una joven y muy bella afgana de 18 años de edad que la revista ‘Time’ reveló en su portada con la nariz y las orejas cortadas. Su historia, muy triste, cuenta que tuvo la osadía de escapar de la casa de sus suegros que la torturaban mientras que su marido, un guerrero talibán, andaba escondido. Al saberlo, el marido la buscó, la mutiló de manera salvaje y la botó ensangrentada. La recogieron grupos humanitarios y ahora se encuentra en los Estados Unidos donde quieren reponerle nariz y orejas. Bibi tuvo ‘suerte’. Otras son menos ‘afortunadas’.