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Dos espectáculos

Volví a ver ‘Dolor y Gloria’ la última película del español Pedro Almodóvar y me gustó más aún que la primera, cuando la vi en medio del congestionado Festival de Cannes.

7 de febrero de 2020 Por: Liliane de Levy

Volví a ver ‘Dolor y Gloria’ la última película del español Pedro Almodóvar y me gustó más aún que la primera, cuando la vi en medio del congestionado Festival de Cannes. Esta vez, en la quietud de la Tertulia pude compenetrarme con el mensaje del magnífico director, en su intimidad más profunda. El tema de ‘Dolor y Gloria’ es la vida misma de Almodóvar. Cuenta la historia de un director de cine (Salvador Mallo) que bordea la vejez con todos sus achaques, sus insoportables dolores de cabeza y de espalda, su manera de atragantarse, aun con un vaso con agua, su dificultad para trabajar, concentrarse , escribir guiones y enfrentar los retos de su profesión. Y las añoranzas: de su madre que tanto lo quiso y ayudó en medio de la pobreza para educarlo y darle la posibilidad de abrirse paso hacia el éxito profesional. La añoranza de sus amigos perdidos como aquel que buscó y encontró después de una larga separación por haberlo criticado públicamente y destruido.

De aquel amante de quien se enamoró locamente años atrás y que lo dejó sin dar explicación. De su primer deseo sexual que identificó su sexualidad. ¿Cómo superar tan dura realidad y tormentosos recuerdos? Salvador termina haciéndolo con la ayuda de la heroína que lo hunde en su abismo. Hasta que llegó el momento de recobrar la razón y de querer mejorar su calidad de vida. Es decir de visitar médicos para curarse de sus dolencias, de conversar y aclarar malentendidos con su madre antes de su muerte; de reconciliarse con el amigo que había lastimado; de reencontrarse con el examante que nunca olvidó para explicarse y despedirse sin rencores (el beso de la despedida es uno de los momentos más emotivos de la película). Almodóvar -a través de Salvador- revela su intimidad de la manera más sutil y elegante y lo confiesa en múltiples entrevistas.

La misma compañera de Salvador que aparece en la película fue inspirada de la asistente de Almodóvar que el señala como su mejor amiga y dueña de todos sus secretos. Todo eso inmerso en un ambiente surreal y artístico bañado del color rojo que Almodóvar impone en casi todas sus películas. En 'Dolor y Gloria' el rojo domina y predomina: en la herida que tiene Salvador en su abdomen, en los muebles que lo rodean, en la ropa que llevan los protagonistas, en los cuadros que cubren las paredes de su apartamento, el rojo es un elemento (diría un personaje) esencial de la historia contada. Y no se trata de un rojo normal que refleja alegría sino un rojo vivo, brillante y agresivo como la sangre que provoca inquietud y sufrimiento. Antonio Banderas asume el papel principal de ‘Dolor y Gloria’ con maestría y extraordinaria sensibilidad y sobriedad. Es la mejor interpretación de su carrera. En el último Festival de Cannes se alzó con la Palma de Oro para el mejor actor del importante evento. ¡Una consagración!

El segundo espectáculo que presencié esta semana fue menos agradable y bochornoso. Hablo de lo que sucedió en torno a la transmisión del Discurso de la Nación que el presidente norteamericano Donald Trump pronunció el martes ante el Congreso. Se esperaba verlo moderado en vísperas del desenlace de su posible destitución por los delitos de abuso de poder y obstrucción al Congreso que sabemos. Al contrario, llegó más arrogante que nunca. Lo primero que hizo fue ignorar la mano tendida de la demócrata Nancy Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes y líder del proceso en su contra. Luego, mientras hablaba el presidente, Nancy Pelosi hacía caras de obvio escepticismo. Y al final, cuando Trump le entregó copia del discurso (un ritual) ella lo rompió ostensivamente y lo tiró como basura. Groserías de parte y parte, muy diferentes de lo que se llamaba ‘lesa majestad’ en política y exigía respeto y decoro en el uso de la profesión.