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Democracia vs. seguridad

A raíz del escándalo sobre los escuchas masivos de los servicios de...

8 de noviembre de 2013 Por: Liliane de Levy

A raíz del escándalo sobre los escuchas masivos de los servicios de la Agencia de Seguridad Nacional (ASN) norteamericana, provocado por las revelaciones del exagente Edward Snowden demostrando que su país espía a todo el mundo, amigo como enemigo, una ola de indignación surgió en contra de Estados Unidos y sus aliados se sintieron traicionados. Desde entonces la Administración Obama trata de calmar lo ánimos y explicar las razones y la amplitud de sus programas de inteligencia. Y sobre todo subrayar que, en este mundo convulsionado, con amenazas terroristas reales, resulta imposible (o estúpido) no recurrir a la tecnología que se tiene a la mano para descubrirlas y neutralizarlas a tiempo. Para concluir -con pruebas contundentes- que al fin y la cabo todo el mundo espía a todo el mundo. Lo cierto es que nos asombramos cuando supimos por ejemplo que los británicos utilizan su Embajada en el corazón de Berlín para espiar al Gobierno alemán; que los servicios de inteligencia franceses y españoles son los autores de las escuchas realizadas sobre sus respectivos ciudadanos y entregadas a la ASN como parte de un programa de inteligencia conjunto; que los brasileños espiaron a las embajadas extranjeras en su país; que Israel trata sin disimulo -y sin lograrlo- de liberar al norteamericano Jonathan Pollard, un analista civil del Pentágono que le suministraba información clasificada y paga una condena perpetua por su delito... De modo que esas cosas suceden y negarlas o hacerse el sorprendido cuando salen a la luz es sencillamente hipócrita. Sin embargo el caso de la ASN y las revelaciones de Snowden se salen de los común por su intensidad e ilimitado poder de penetración. Además manejado por un equipo gigantesco de agentes que supera el medio millón de personas y ha degenerado en una burocracia al parecer incontrolable que trabaja a su antojo y comete excesos inaceptables. Hoy en día se acusa a la ASN de espiar de manera masiva e indiscriminada: “Porque puede y no porque debe”. Y por lo tanto se equivoca y atenta contra conceptos éticos y morales que la democracia no tolera. O si no, ¿cómo explicar que el celular de una gobernante amiga de los Estados Unidos como lo es la canciller alemana, Angela Merkel, esté bajo escucha desde el año 2002? ¿O que la ASN se entrometa en las conversaciones de una compañía como Petrobras? ¿O que los teléfonos privados de Benjamín Netanyahu estén intervenidos desde los años 80, antes de que se volviera primer ministro de Israel? Y que los mismos servicios de Inteligencia sigan fallando a la hora de percibir los caldos de cultivo que brotan con terrible violencia en Iraq, Afganistán, Pakistán, Irán, Siria o Egipto... Por otra parte toca quizá creerle a Barack Obama cuando dice no saber de los excesos de la ASN, dada la confusión de su burocracia, aunque su ignorancia no lo exime de culpa.El revuelo provocado por las revelaciones de Edward Snowden pone sobre el tapete el dilema que hoy opone democracia y seguridad. Se sabe que los valores democráticos garantizan la libre expresión, la vida privada y la sociedad abierta. Y que Estados Unidos es el representante por excelencia de dichos valores. De modo que una revisión de sus programas de inteligencia se impone para evitar excesos absurdos y bochornosos. Pero por otra parte las amenazas terroristas y otras aumentan y se acumulan y el recuerdo del 11 de septiembre de 2001 sigue vivo y doloroso. La seguridad y la protección de los ciudadanos es un deber absoluto y prioritario de cada gobernante. ¿Entonces qué hacer? ¿Cómo proteger sin restringir libertades? ¿Quién tiene la respuesta?