El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Cine y diversión

La película se convierte en metáfora de la estupidez contemporánea, pese a todo su esplendor. ¿Una crítica? ¿Una advertencia? Quizás, pero al fin y al cabo agradable....

29 de diciembre de 2022 Por: Liliane de Levy

Después de un año cargado de angustias y pesares conviene finalizarlo con un tema más liviano para esta columna, como por ejemplo hablar de cine en vez de política. Además, aprovechar que en Netflix nos brindan la oportunidad con la opción de una comedia titulada ‘Glass Onion’ del director norteamericano Rian Johnson, últimamente señalado como el nuevo maestro del cine policiaco y de misterio. La incluye como segunda de una serie que se propone realizar en el futuro. Los criticas la alaban con euforia, la califican de extraordinaria y le dan todas las estrellas de aprobación. En mi opinión no es para tanto, aunque me resultó divertida, sin duda alguna, y tiene los méritos suficientes para recomendarla, imita el estilo de Agatha Christie y su Hercule Poirot se llama Benoit Blanc, un detective excepcionalmente astuto, “el mejor del mundo”, interpretado por el famoso Daniel Craig, el exJames Bond, muy a gusto en su papel, aunque esta vez lo muestran menos glamoroso y con un falso aire de bobo para disimular su gran talento.

En la película llega Benoit Blanc a una reunión de amigos -sin ser invitado y por medio de una elaborada confusión con las invitaciones -convocada por el billonario Miles Bron (Edward Norton) en su isla privada en Grecia. Los atiende en una casa de cristal transparente bautizada ‘Glass Onion’ y un entorno de lujos tan exagerados como absurdos. El puente de entrada diseñado por Bansky, el piano fue de Liberace, un Matisse en el baño, la guitarra de Paul McCartney, cristales valiosos a profusión, y para colmo de las exageraciones y los absurdos la Mona Lisa (la verdadera) que Miles alquiló al Estado Francés mientras el museo del Louvre se encuentra cerrado por la pandemia del covid.

Eso fuera de los yates, los jardines manejados por lo último de la tecnología moderna, las comidas y bebidas más sofisticadas. Y los invitados que son amigos de largos tiempos cuando todos eran pobres y desempleados y se consideraban ‘losers’ (perdedores) incluyen una exmodelo convertida en diseñadora de moda; un exprofesor, ahora considerado un científico; una militante política fracasada, que de repente aspira a cargos de importancia; un exitoso ‘influenciador’ cuya mamá castiga como si fuera un bebé. Todos ahora prósperos, se hacen llamar ‘disruptores’ y leales al billonario que los invitó y siempre ayudó.
Aunque a ratos lo odian por sus caprichos e imposiciones. Y también llega Andi, una bella mujer que acusa a Miles Bron de haberla engañado y sacado de su negocio a patadas y sin dinero a pesar que ella fue la verdadera creadora de la empresa que le dio tanto poder, y sin la posibilidad de comprobarlo. A penas aterrizados Miles comunica a sus invitados el motivo de la reunión: investigar su propio asesinato que el mismo organizara.

Y así se desarrolla la película en medio de un guion ambiguo lleno de trampas y falsas alarmas. Uno se imagina que así pueden ser las reuniones de aquellos billonarios famosos y poderosos como Elon Musk, Jeff Bezos, Bill Gates y otros, presos de un mega-ego que los agota; lo tienen todo y lo han visto todo y ya nada los emociona. Por eso, quizás buscan montar escenarios y situaciones fuera de lo común para distraerse o desconectarse. La película se convierte en metáfora de la estupidez contemporánea, pese a todo su esplendor. ¿Una crítica? ¿Una advertencia? Quizás, pero al fin y al cabo agradable y adornada de canciones conocidas como ‘Mona Lisa’ de Nat King Cole, o ‘Glass Onion’ de Los Beatles y otros. Y diálogos cómicos. Una película compleja pero bien concebida y prometedora de otros divertidos ‘casos criminales’ que el inspirado detective Benoit Blanc sabrá dilucidar.