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Cine en reclusión

El cine, prisionero de sus actuales limitaciones se parece cada día más al género teatral. Y sin todavía encontrar la mejor manera de hacerlo.

11 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

El Covid-19 lo cambió todo, incluyendo el cine. Nos quitó el placer de acudir a los teatros para apreciar la genialidad del arte cinematográfico en compañía, percibir las vibraciones a favor o en contra de quienes nos rodean, acompañados y sostenidos de nuestras apreciaciones. Ahora el cine lo vemos en casa y prácticamente solos gracias a la profusión de canales que lo proveen, aunque sin la misma exigencia de calidad pero también con aciertos que vale la pena recalcar. La verdad es que no nos podemos quejar pero añoro las salas de cine y las alegrías que me han regalado.

En los días pasados vi dos películas reveladoras sobre la evolución del cine sometido a nuevas reglas. La primera es ‘Orfeu Negro, un clásico que vi en YouTube, dirigida por el francés Marcel Camus y que en 1959 hizo sensación al ganar la Palma de Oro del prestigioso Festival de Cannes y el Óscar a la mejor película extranjera.

Basada en la leyenda griega de Orfeo y Euricide es una versión ciento por ciento brasileña, hablada en portugués e interpretada por actores negros. El relato de dicha tragedia se desarrolla en un ambiente de fiesta como se pensaba era lo que sucedía en las favelas de Río de Janeiro durante los días anteriores al carnaval anual de la ciudad, cuando los habitantes de las favelas empeñaban sus míseras pertenencias para comprar un disfraz y participar a plenitud en los delirios carnavalescos.
El resultado: una película musical bañada de samba, de risas, de danzas, de amor, de magia, y de buenas intenciones para convertirse en estampa ‘art naif’ (arte ingenuo) y lograda a pesar de la limitada tecnología de la época cuyas fallas se notan claramente ahora. No creo que la película ganaría hoy en día en Cannes. Aunque ‘Orfeu Negro’, con sus limitados medios logra filmar escuelas de samba multitudinarias, con niños, ancianos y jóvenes e incluso animales que desbordan la pantalla.

Desde entones el cine y su función cambiaron radicalmente de rumbo para inmiscuirse en problemas sociales y políticos más arduos y angustiantes. Y con la pandemia, más que nunca.

La segunda película que vi en Netflix es ‘Malcom & Marie’; me pareció interesante porque es la muestra más reveladora sobre la clase de cine que veremos de ahora en adelante o sea mientras dure la pesadilla del Covid-19. Un cine con pocos actores, en recintos cerrados, sin exteriores y con un equipo de cinematógrafos reducido al mínimo. Se acabaron las grandes producciones, los musicales con sus fastos, las historias de guerras, de revoluciones, de carnavales, etc. Ahora se hace cine con Covid-19 al acecho y las limitaciones que nos impone.

‘Malcom & Marie’ es la muestra del cine de hoy y es una buena película, con fallas y aciertos. Me hubiera gustado más si no recordara con precisión el impacto que suscitó la extraordinaria película ‘Who’s afraid of Virginia Wolf’ en la que una pareja (Elizabeth Taylor y Richard Burton) pelea y se desgarra sin piedad frente a desconcertados visitantes. ‘Malcom & Marie’ es también la historia de una pelea de pareja bastante bien lograda pero demasiado glamorosa para involucrarnos por completo en sus enredos. En lindísima casa en Carmel (California), un hombre y una mujer, ambos negros, vuelven de una fiesta en la cual el hombre (John David Washington) que es cineasta, fue agasajado por una película que acaba de terminar y en su discurso de agradecimiento no mencionó a su compañera (Zendaya) quien, al parecer colaboró con él e inspiró su trama. La pelea salpicada de canciones alusivas, de nombres de cineastas famosos, de palabras sofisticadas así como de vulgaridades es válida pero peca por sus monólogos largos, no propios de una pelea de pareja en la vida real.

El cine, prisionero de sus actuales limitaciones se parece cada día más al género teatral. Y sin todavía encontrar la mejor manera de hacerlo.