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China se desnuda

La plaga del coronavirus (Covid-19) que cayó sobre China se está regando por el mundo, revelando realidades poco conocidas del sistema de gobierno de Pekín.

20 de febrero de 2020 Por: Liliane de Levy

La plaga del coronavirus (Covid-19) que cayó sobre China se está regando por el mundo, revelando realidades poco conocidas del sistema de gobierno de Pekín.

En medio de la tragedia China semeja la distopía del ‘mundo feliz’, insoportable e inhumano, visionado por Aldous Huxley. Un país gigante de 1,4 mil millones de habitantes que obedecen a ciegas al control férreo del Partido Comunista en el poder, sin tener derecho al menor cuestionamiento. Aunque también orgullosos de sus éxitos económicos y tecnológicos de los últimos tiempos y de una imagen triunfante ante una nueva Ruta de la Seda, despejada y dispuesta a ser conquistada. Hasta que el coronavirus se interpuso, convirtiéndose en un desafío mayor.

La plaga del coronavirus surgió en China a finales del mes de diciembre y su poder de contagio se comprobó y va en aumento. En el momento de escribir esta nota sus víctimas se calculan en alrededor de 2000 decesos y 80.000 contaminados. La dificultad para neutralizarla ha provocado un ‘shock de confianza’ tanto interno como externo sobre un sistema que se suponía capaz de todas las proezas. Ahora el mundo evalúa los errores y la exagerada opacidad china frente a la tragedia.

Todo comenzó en la ciudad de Wuhan (11 millones de habitantes) donde un joven médico se sintió enfermo del coronavirus y lo comentó con colegas, alertando sobre su peligrosidad. De inmediato las autoridades chinas lo amonestaron y acusaron de propagar rumores y falsas noticias. Entretanto el estado de salud del doctor Li (es su nombre) empeoró y falleció. Lo triste fue que en vez de tomar en serio las advertencias del doctor Li, las autoridades chinas optaron por esconder los hechos durante días para solo admitirlos en enero, es decir después de que 5 millones de probables contagiados salieran de Wuhan (foco de la epidemia) para regar el virus en todo el mundo.

Pekín también tardó en permitir a expertos de la OMS llegar a estudiar el problema de más cerca. Aunque al reconocer sus errores y las consecuencias de sus demoras, el Partido Comunista chino decidió utilizar las medidas más extremas para combatir el mal: confinó a millones a residencia forzada, obligándolos a usar mascarillas, construyó hospitales que comenzaron a funcionar en menos de diez días, cerró ciudades, fábricas, comercios, cines...

Medidas protectoras que en otros países no serían aplicables y que bajo la dictadura del Partido Comunista en el poder, se cumplen a la perfección. China está en guerra contra el Coronavirus y esperamos que lo pueda vencer lo más pronto posible. Aunque se le dificulta porque sus dirigentes no confían en el pueblo y no aceptan su colaboración; es decir de grupos cívicos o de entidades privadas, filantrópicas, religiosas y otras que en los países democráticos ayudan en los momentos de crisis y salvan muchas vidas.

En China solo el gobierno central tiene el derecho de actuar en las emergencias y sacar los créditos de lo conseguido. Con el obvio propósito de neutralizar toda iniciativa que escape a su control y pueda tornarse en oposición. Incluyendo internet y las redes sociales donde solamente se toleran las críticas que para nada involucren al sistema.

Dueña de la sexta parte de la economía mundial una China fragilizada sacude a los países que dependen de sus relaciones económicas como Japón, Camboya, Birmania, Corea del Sur, del Norte, Tailandia e incluso Alemania y otros. Entretanto el pueblo chino sufre y se hace preguntas sobre las bondades de un megagobierno que le pide enormes sacrificios para prosperar pero falla a la hora de tener que protegerlos. Y sin saber cuánto tiempo durará la pesadilla.