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Atornillados en el poder

Lo sabemos: el poder emborracha, envicia, corrompe y desconecta de la realidad.

7 de marzo de 2019 Por: Liliane de Levy

Lo sabemos: el poder emborracha, envicia, corrompe y desconecta de la realidad. Asombra la amplitud del clan de gobernantes instalados en el poder por razones, muchas veces válidas, pero que al ejercerlo se tornan adictos y no lo quieren abandonar por nada en el mundo. No importa el precio pagado. Los ejemplos abundan. En forma desordenada nombraría algunos como los Castro en Cuba, Nicolás Maduro en Venezuela, Bashar el Assad en Siria, Daniel Ortega en Nicaragua, Recep Erdogan en Turquía, Abdel Fattah el-Sisi en Egipto, Evo Morales en Bolivia... y tantos otros. Todos aferrados a sus ‘tronos’ y privilegios. Ciegos y sordos ante el clamor popular que pide relevo, cambio, paz y sobre todo libertad y más democracia.

En estos últimos días otro gobernante longevo entró a engrosar el clan de los atornillados en el poder. Se trata del argelino Abdel Azziz Bouteflika, un anciano de 82 años de edad que lleva 20 ocupando el cargo de presidente de Argelia pese a que, desde el 2013 no hizo ninguna aparición pública por encontrarse muy enfermo y recluido en hospitales en Suiza. ¿Quién, entonces , gobierna en Argelia? Nadie sabe con exactitud, pero se piensa que lo hace un hermano del presidente con la ayuda de algunos generales y personalidades de la élite social. Un gobierno muy opaco, corrupto, impositivo y dictatorial gracias a un servicio de seguridad lugubremente eficiente . Pese a tan extraña situación Bouteflika acaba de candidatizarse (o lo hicieron por él) a un quinto mandato, gestión que fue muy mal recibida por el pueblo argelino que salió en masa a protestar.

Toca tomar en cuenta la personalidad misma de Bouteflika y su importancia para explicar cómo pudo mantenerse en el poder por 20 años y atreverse a querer perdurar, pese a su estado clínico. En efecto, Bouteflika pertenece al sistema político argelino desde la declaración de independencia del país en 1962. De inmediato ingresó al primer gobierno nacional para convertirse en el más joven y carismático ministro de relaciones exteriores del mundo. Tenía 24 años. Luego militó y ayudó a Houari Boumediene (otro líder popular) a llegar a la presidencia en 1965 y multiplicó sus funciones nacionales e internacionales convirtiéndose en campeón del tercermundismo en la ONU.

Después de un intervalo en sus actividades políticas en el exterior (por acusaciones delictivas en su contra) volvió al país a finales de los años 90 para tomar las riendas del poder con la tarea de sacarlo de los ‘años negros’ y la tragedia de una cruel guerra civil instigada por los movimientos islamistas que cobró 200 mil vidas. En un principio Bouteflika cumplió con su difícil misión al desmilitarizar en gran parte el sistema y aportar una relativa estabilidad social y económica a un pueblo traumatizado por años de violencia. Pero el tiempo pasó y el país, totalmente dependiente del petróleo, comenzó a sentir los efectos de los bajos precios del carburo y de la crisis económica que causaron, agudizada por el desempleo, la devaluación de la moneda, el abismo entre ricos y pobres y la destrucción de sus más legítimas aspiraciones. Entre tanto, la amenaza islamista desapareció y por lo tanto ya nada justificaba la permanencia de un presidente enfermo, impotente y aliado a un clan de privilegiados corruptos. Un cambio se impone. Más aún porque hoy en día Argelia es un país de jóvenes en el que el 45 % de su población tiene menos de 30 años.

Al candidatizarse para un quinto mandato Bouteflika encolerizó y humilló a los argelinos que, a lo largo de los años vencieron el miedo y vislumbraron una nueva opción, fuera del islamismo y el ‘bouteflikismo’. Pretenden lograrla sin violencia, como bien lo demostraron en sus (hasta ahora) pacíficas marchas. Una primavera árabe mejor concebida que en países vecinos.