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Absurdos que toleramos

Convirtiendo a un personaje inculto, mal hablado, poco respetuoso de todos quienes lo rodean, sin ninguna experiencia política y nada preparado para el cargo y convertirlo en el hombre más poderoso del planeta. Y fue un enorme error.

4 de noviembre de 2021 Por: Liliane de Levy

Por donde se mira, el panorama mundial asusta y obliga a ratos (y para no perder la razón) a aceptar situaciones absurdas y llegar a considerarlas ‘normales’ con tal de apaciguar conflictos y evitar males mayores. Da la impresión que últimamente toca hacerse de la vista gorda, dejar de razonar para no ir contra corrientes avasalladoras, para vivir tranquilo.

El sentido común está mandado a recoger. Los pecados y la negación de contundentes verdades, la preferencia de escoger el mal menor, acomodarnos a injusticias flagrantes para demostrar la voluntad de aceptar un mundo lleno de contradicciones y mentiras, y la hipócrita excusa de favorecer causas ‘nobles’.

Y así nacieron corrientes ‘expiadoras’ como aquella de lo políticamente correcto que divide la vida en bueno y malo dictando lo que se puede hacer, pensar y decir y lo que definitivamente no y queda vetado; apareció la ‘cancelación de la cultura’ que exige borrar del mapa a personas u obras glorificadas por su talento en el momento de encontrar la menor falla en la hoja de vida de su progenitor para descalificarlas; la discriminación positiva que no deja de ser injusta y discriminatoria, etc.
Todo lleva a soportar el malestar general, atrapados en una mentira eterna.

Los ejemplos de los absurdos que consentimos abundan y abruman. Uno que salta a la vista sería la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Convirtiendo a un personaje inculto, mal hablado, poco respetuoso de todos quienes lo rodean, sin ninguna experiencia política y nada preparado para el cargo y convertirlo en el hombre más poderoso del planeta. Y fue un enorme error.

Obviamente las consecuencias no se dejaron esperar cuando se fue (a regañadientes) de la Casa Blanca, después de un término de cuatro años que le alcanzaron para transformar la primera democracia mundial en un país dividido, violento, fanatizado y lleno de rencores. Donald Trump no debía jamás ser presidente de los Estados Unidos.

Luego llegó Joe Biden, un hombre honorable y quizás mejor preparado, pero tampoco apto para tan difícil oficio. Y no tanto por su edad, ya que hay viejos muy lúcidos, enérgicos y competentes sino por su estado de salud que se ve frágil y poco resistente al trajín del cargo. Además de incoherente y fuera de control apenas lo sueltan solo a hablar o tomar decisiones. Es un peligro. Biden tampoco debía ser presidente. Y uno se pregunta, ¿por qué los norteamericanos no encuentran lideres a la altura de su importancia en el mundo?

Otro absurdo que se repite sin cesar es la maligna obsesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (Inhrc por sus siglas en inglés) con el Estado de Israel y su voluntad de atribuirle todas las violaciones posibles e imaginables. Ocurrió otra vez hace pocos días con un reporte sobre la Operación Guardianes de los Muros (en mayo pasado) y que por la 95 vez lo volvía a condenar, lo hicieron al parecer por ‘delitos y crímenes’ que consistieron en atreverse a defenderse contra el envío por el Hamás palestino de unos 4500 cohetes desde Gaza sobre la población civil israelí, en forma indiscriminada. Entretanto condeno a Irán diez veces y a Siria 35 veces.

El Inhrc pretende que Israel no tiene derecho a defenderse, así, sin explicación. Aunque quizás existe una al notar que sus miembros incluyen a Arabia Saudita, Pakistán, Somalia, Nigeria, Qatar, Egipto, Cuba, China, Venezuela, Mauritania, Sudan y Libia. Países opresivos y criminales que entienden la democracia y los derechos humanos de manera particular y acumulan atrocidades, sin disimulo.