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Sin voz ni ley

Desde hace muchos años se viene insistiendo en la preocupante situación de...

7 de marzo de 2014 Por: Laura Posada

Desde hace muchos años se viene insistiendo en la preocupante situación de las invasiones de Cali, en especial las asentadas en la salida y la vía al Mar, que cada vez más, como es ostensible, tugurizan y asfixian la zona. Se han convertido en un círculo vicioso y sin fin alguno, cada vez más extenso eso sí, y las administraciones pasan desapercibidas ante la falta de respuestas concretas y positivas en esta materia. Al rápido y desproporcionado crecimiento de estos asentamientos ilegales, así como a la violencia e inseguridad que reinan a sus anchas, se suman el desorden, el bullicio, lo accidentes, el microtráfico, en fin. Y sin más, se invade sobre lo invadido. Y sin más, todo transcurre sin voz ni ley.Atravesar este “corredor de la muerte” -como muchos lo han tildado-, que además es nuestra principal y única puerta al Pacífico, es como jugar a la ruleta rusa. Cualquier cosa puede pasar. Ahí todo se vale. La presencia de las autoridades es poca, casi intermitente, y muchos han confesado pavor de adentrarse en esas calles tomadas -y superadas- por el caos. Tan poco ha sido el respaldo de la ciudad en ponerle orden a este asunto que carcome el desarrollo y la tranquilidad de una sociedad, que muchas de las víctimas, agobiadas de tanta negligencia, han optado, incluso, por registrar en video su tedioso paso por esta zona para seguir reclamando y poniendo en evidencia el riesgo que supone. Las redes sociales se han convertido en la mejor plataforma para exponer los casos, denunciar y poner en aprietos, a menos socialmente, a quienes han permitido que las invasiones tomen vuelo. Sin embargo, sigue sin ser suficiente. Nada pasa.Otro caso para registrar. Hace 15 días un lector de esta columna subió al Kilómetro 18 a comer con unos amigos. Eran las siete de la noche de un domingo. No fue grata la sorpresa, una vez llegaron al Kilómetro 15, de ver carros parqueados a lado y lado de la carretera (que sólo cuenta con dos carriles, uno de subida y otro de bajada), en plena vía pública, abiertos y con sus equipos de sonido a todo dar, consumiendo alcohol y drogas. Mientras tanto, un grupo de motociclistas hacía maniobras de alto riesgo entre los carros, los transeúntes, los niños, los puestos, el mugrero. El regreso a Cali, que empezó a las nueve de la noche y terminó casi tres horas después, se dio en medio del mismo panorama anterior. No había ningún policía, tampoco un agente de tránsito que pusiera orden a la movilidad de la importantísima vía al Mar, ahora pista de carreras, de batalla, bailadero, congestión, contaminación, nido de ladrones y expendedores de droga. La antítesis de lo que debería ser la carretera al puerto más importante de Colombia. ¿Qué más tiene que pasar para que de verdad se empiecen a tomar medidas serias? ¿Cómo es posible que las autoridades departamentales y locales no reaccionen con determinación? ¿Hasta cuándo van a seguir intimidando y poniendo en riesgo la integridad de los ciudadanos? ¿Cuándo vamos a dejar de vivir en una constante zozobra y a la defensiva?Ya quisiera uno haber visto campañas al menos interesadas en exponer sus posiciones y propuestas en un asunto tan importante como el de la vía al Mar y en empezar a darle celeridad a lo que no se ha hecho en años. No hay que olvidar que, en gran parte, el resultado de estos asentamientos ilegales radica en la politiquería reinante y en los lagartos que manipulan a la gente a través de sus necesidades más básicas, permitiéndoles hasta “legalizar” su situación. Voten y voten bien. Ahora más que nunca quiero ver qué papel van a desempeñar los congresistas del Valle elegidos en las próximas elecciones, cuál es su compromiso y cómo y cuándo van a empezar a actuar.