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¡Qué viva la salsa!

Allí estaban hombres y mujeres, con sus trajes de lycra y canutillos,...

24 de septiembre de 2010 Por: Laura Posada

Allí estaban hombres y mujeres, con sus trajes de lycra y canutillos, sonrientes, orgullosos y con el nerviosismo natural de una competencia que, al final, logró camuflarse entre sus estilizadas poses. ¡Qué espectáculo! Boquiabierta quedé con el cierre del pasado mundial de salsa. Qué sincronía, qué acrobacias, qué talento. Verlo puso a vibrar mi alma y, casi que por inercia, empecé a mover los pies entre sones y tones, como si estuvieran listos para salir a la pista.La programación y organización de este festival a cargo de la Secretaría de Cultura de Cali, lograron un evento mágico. Pero lo que más noté y me llenó de un nostálgico orgullo, fue la diversidad de personas, de todos los tamaños, colores y olores, reunidas en un mismo recinto, hablando un mismo idioma. ¿El motivo? La salsa, punto de encuentro y partida.Digo nostálgico orgullo, porque siento que hemos olvidado un poco nuestras raíces o, de manera imperceptible, las hemos ido haciendo a un lado. Ese arraigo está precisamente en ese género que hace 50 años llegó a Cali, tocó sus puertas y logró hacer parte de su idiosincrasia. Y la salsa debemos retomarla como parte cotidiana de nuestras vidas, como una forma de expresión propia, para luego replicarla y no dejar que se disperse.A Cali se le atribuyó el apelativo de ‘capital mundial de la salsa’ durante los 80, cuando la ciudadanía se encontraba en pleno apogeo musical y contaba con un buen conocimiento de temas e intérpretes cubanos, puertorriqueños, neoyorkinos y colombianos. Este patronímico se consolidó luego de que artistas como Willie Colón, Richie Ray, Eddie Palmieri y hasta Héctor Lavoe lo confirmaran. Era una época en la que en ningún otro lugar se bailaba tanta salsa como en las calles de esta ciudad.Estas remembranzas, sumadas a actividades culturales como la que culminó recientemente en Cañaveralejo y a iniciativas como Delirio, que logran mantener viva esa parte de nuestra historia, simplemente nos ponen de presente que tenemos unas raíces salsómanas que nos piden a gritos que las sigamos cultivando.Las problemáticas de toda índole que maneja Cali resultan inocultables, así que sería substancial empezar a trabajarlas por lo más elemental, que es reconocer la salsa como parte de nuestra identidad y volver a esos sitios de antaño en donde la gente se reunía no sólo a bailar, sino a reconstruir cuentos y a inmortalizar una costumbre.Si bien la salsa sigue de cierta forma ‘vigente’, las nuevas generaciones están agarradas con mayor fuerza a otros géneros, como la bachata y el reggaetón. Y aunque son de exaltar, también debemos evitar que eso que nos corresponde por herencia poco a poco se desdibuje.No fue gratuito el reconocimiento que alcanzó Amparo Arrebato. Todo por transmitir actitud, construir quimeras y vivir su vida entre brutales pasos y piruetas. Levantaba pasiones donde ponía los pies, pues sabía que encarnaba la imagen y la voz de un pueblo. ¿Quién es la Amparo Arrebato de hoy? Sólo hasta el día en que comprendamos la importancia de preservar celosamente nuestros relatos y personajes, quizás podamos responder esta pregunta y probablemente emprendamos la noble tarea de concebir a la salsa como un imaginario permanente.***Entretanto: Al mismo tiempo en que celebro la firmeza con la que el Ejército Nacional le apuesta a la seguridad y que el ‘Mono Jojoy’ terminó como se lo buscó, también me pregunto de dónde saca Ingrid Betancourt tanta habilidad para conmover y lograr popularidad mundial -que lo diga Oprah- a través de intemperancias y petulancias. Y más curioso aún, cómo consigue que cientos de personas queramos leer su libro.