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Brujas del paraíso

Quizás sólo en el Valle del Cauca las brujas tienen una connotación...

5 de febrero de 2016 Por: Laura Posada

Quizás sólo en el Valle del Cauca las brujas tienen una connotación diferente a la de cualquier otra región del país. La lógica de los que en estas tierras habitamos no da cabida para temerles, huirles o estigmatizarlas. El vallecaucano ha acuñado un significado que trasciende el de la bruja como una mujer malvada, verrugosa y horripilante, que se pasa el día revolviendo su hoguera y hechizando a los demás. Aunque de esas también existen -y muchas-, pero esa es otra historia.Las brujas, acá, son mágicas y, por lo tanto, sagradas. Sólo ellas nos permiten llegar hasta reconectarnos con nuestras raíces; sólo ellas saben cómo acceder a ese lugar remoto; sólo ellas conocen el camino hasta ese paraíso escondido en la mitad de la selva. Y todos siempre queremos estar en la mitad de la nada, pues es el único sitio en donde al final todo aparece y converge y tiene sentido. Las brujas del Valle, alabadas ellas, nos conducen hasta San Cipriano, un caserío de no más de 490 habitantes ubicado en el corregimiento de Granada, en Buenaventura, que atesora lo inimaginable. Hace parte de la Reserva Forestal Protectora de los ríos Escalerete y San Cipriano, éste último considerado por las Naciones Unidas como uno de los afluentes más puros y limpios del mundo.La única ruta a San Cipriano es la férrea, en ‘brujitas’, de ahí la relevancia y el significado del término. Son vehículos construidos en madera, que van montados sobre unas balineras y son traccionados por la rueda trasera de una moto. Hace algunos años eran empujadas de forma manual, con palos y listones gruesos. Este medio de transporte aún artesanal, que hoy es manejado de forma organizada por una cooperativa, es símbolo de su comunidad y representa el ingenio y la creatividad de su gente. La misma que con sonrisas y una bacanería que de verdad brota de sus entrañas, recibe a los visitantes luego de un recorrido de unos 7 kilómetros. Toda una travesía entre un bosque tropical totalmente espeso y húmedo, rodeado de paisajes pintados de todos los verdes, en medio de animales y sonidos alucinantes. Entonces la ‘brujita’ se detiene en San Cipriano, en dónde solo se puede acceder a pie. No hay motos, cero carros, sólo caminos de arriero y casas de madera, pintadas de colores algunas, otras convertidas en comedores en donde sirven platos fantásticos y frescos típicos del pacífico (La sazón de la Ñata, muy recomendado), otras más convertidas en hospedajes o tiendas, en donde entre frutas, viches y arrechones, también se consiguen los neumáticos. Los mismos en los que se hace el descenso por el río, luego de caminar lo que bien decida selva arriba a cualquiera de los 8 charcos -este es uno de los casos en donde más es mejor-, para darse paso a cascadas y espejos de aguas cristalinas.Aunque su proceso de desarrollo va a otro ritmo -de ahí precisamente su magia-, los pobladores de San Cipriano son reconocidos, sobre todo, por ser incisivos en el desarrollo de proyectos productivos para la comunidad y el manejo de los recursos naturales que tienen. Un ejemplo que invita a ser replicado. Estar en ese lugar produce una extraña sensación de familiaridad y de querer estar no importa cuántos días allá. Delicioso para los sentidos y siempre adictivo. Así que ese es el hechizo que las brujas del Valle ponen sobre quienes aquí vivimos.