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Aquí está el paraíso

Siempre me he preguntado dónde queda el paraíso, a qué huele, a...

8 de agosto de 2014 Por: Laura Posada

Siempre me he preguntado dónde queda el paraíso, a qué huele, a qué sabe, cómo se vive. Sin duda, ese estado catártico se encuentra en infinidad de rincones, no sólo físicos, también y sobre todo, del alma. Sin embargo, los seres humanos nos pasamos la vida idealizando esos lugares perfectos, que dan cabida a la ensoñación y permiten hacer paréntesis necesarios para alejarnos de esa cotidianidad que tanto nos consume. Por fortuna para nosotros, en Colombia ese sitio soñado se convierte en una realidad.Desde el aire, volando al ras del mar caribe, la selva de cemento, el tráfico, la polución, el ruido y el estrés se desvanecen casi como por arte de magia. Este lugar expone todo su significado desde el mismo instante en que uno desciende de la avioneta y entra al aeropuerto, acertadamente llamado El Embrujo. Y ahí, en ese preciso momento, todo cambia. Hay un “click” que dispara los sentidos y las emociones. Y ahí, en ese instante, es cuando uno se da cuenta que ha llegado al paraíso, porque eso es Providencia.Nuestro espectro de visión está lejos de acá. Pensamos en Bali, en Phuket o en Bora Bora como esos destinos quiméricos, inalcanzables por demás, cuando lo tenemos aquí. Basta ver, no importa desde cuál ángulo –lo dejo a su elección-, cómo el sol pinta los siete colores cristalinos del mar, para saber que es una isla de fantasía. Aunque compartimos un mismo territorio, es palpable el encuentro entre dos mundos, entre dos culturas que son a la vez tan cercanas como distantes. La comunidad que ahí habita ha tejido un sentido de vida y unas costumbres propias. También parece una isla suspendida en el tiempo. De ahí su encanto. En medio de una fascinante vegetación, se entrevén casas de madera pintadas en colores vivos, construidas por los mismos raizales, que representan la serenidad de su vida misma. Se dedican a producir de la tierra y del mar; los implementos cotidianos son en su mayoría fabricados de forma artesanal; son celosos con la conservación del ecosistema y defensores de sus costumbres nativas; entre ellos hablan “creole”, mezcla entre inglés, español y dialectos africanos; y su música, igual de multicultural, es deliciosa. Los raizales son de alma pura y disfrutan presumiendo del paraíso en el que viven y de las historias que conocen de sus antepasados, que fueron los primeros pobladores de la isla. Como las mil y una de Orlis Henry, por ejemplo, quizás el personaje más autóctono de Providencia, un experto en hierbas medicinales y el mejor guía, que fascina a los visitantes contándoles anécdotas de su abuelo, un chamán que tenía el poder de la transmutación. Gente pura y desprendida; gente que sonríe, que poco o nada se queja; gente que sabe dar más que recibir; gente que cautiva y contagia. Providencia se mueve con cadencia y lo obliga a uno a ir a su propio ritmo, siempre pausado, en un vaivén en el que el tiempo se ensancha, se siente, se vive y, cuando menos lo piensa, lo sorprende el más divino atardecer.Pocos son los lugares que mantienen su esencia casi intacta y al apreciarlos, comprendemos la importancia de volver a nuestras raíces, de escarbar en lo más profundo y elemental. Ahí definitivamente es donde se encuentra el paraíso.