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Apología de la mujer

El martes pasado, en pleno jolgorio del Día de la Mujer, un...

11 de marzo de 2011 Por: Laura Posada

El martes pasado, en pleno jolgorio del Día de la Mujer, un colega ‘apio’ (léase odioso) puso en su página de Facebook el siguiente mensaje: “Que exista el Día de la Mujer sólo indica que ellas siguen aceptando el machismo”. Alrededor de esta línea, el debate cada vez se puso más intenso y las reacciones hicieron lo propio. Un comentario a todas luces chinchoso. Pero creo que tiene razón. Tan machista sigue siendo nuestra mentalidad -¿o más la de ellos?- que ese día, sorpresivamente, se hacen sentir de alguna forma, tienen que ostentarlo, se ponen celosos, hacen pucheros y alegan que no tienen un día propio de hombres porque el de ellos es todos los días. Cierto, como el de la mujer, así vaya en contravía de aquellos que piensan que esta celebración es un romanticismo ridículo y cursi.Durante siglos -aguante que hasta hoy seguimos manteniendo firme- fuimos limitadas a los quehaceres del hogar y la familia. La poca visibilidad que tuvieron y la falta de libertad, sumado a las creencias socioculturales que ciertas actividades y niveles jerárquicos estaban reservados casi que como patrimonio exclusivo de los hombres, suprimieron sus talentos. Pero otra perspectiva muy diferente se empezó a gestar un 19 de marzo de 1911, cuando más de un millón de mujeres se unieron en una sola voz durante una apoteósica marcha en Copenhague, Dinamarca, para reclamar lo que por naturaleza les correspondía: ser reconocidas como pieza fundamental de la sociedad.Desde ese día, la palabra ‘mujer’ no ha parado de resignificarse y hoy, un siglo después, los cambios son notorios. Aunque aún se autolimitan en el discurso y la acción y permiten que los índices de violencia física y moral aumenten, el liderazgo que ejercen es descrestante y desde todos los ámbitos demuestran su capacidad, carácter y resolución. Así que mi querido amigo ‘apio’, el Día de la Mujer sí tiene una razón de ser, pues enaltece un sinfín de características que sólo las de nuestra condición exhiben con humilde presunción. Por ejemplo, el sexto sentido que nos caracteriza o esa capacidad para decir que no cuando significa un sí rotundo. Sabemos que el esmalte oscuro evita que se quiebren las uñas, que cada crema o pieza de maquillaje nos quita unos segundos más de edad y que la mejor forma de bajar de peso es la tusa. Que ponerse vestidos ayuda a disimular esos kilos de más, usar tacones nos permite estar tan altas como queramos y escoger los mejores encajes nos hace sentir tan bien por dentro como por fuera. Que hacerle ojitos al carro del lado es la clave para que nos dejen pasar de carril, salir solas de rumba no es sinónimo de que estamos de ‘cacería’ e ir juntas al baño, bailar entre todas, hablar de cilindrajes, negocios, fútbol o usar pantalones no cuestiona nuestra sexualidad.Además, a diferencia de ese mal necesario género masculino, no nos tenemos que afeitar todos los días, podemos tener hijos, no nos escandalizamos si nuestras parejas ganan más que nosotras, podemos llorar sin motivo alguno, no tenemos que preguntarles si tuvieron o no un orgasmo –ni siquiera nuestros órganos sexuales controlan nuestro cuerpo-, vivimos más tiempo y nos jubilamos con antelación. Todo un privilegio ser mujer. Y que quede claro que no se trata de que cambiaremos el mundo, pero su inclusión sí consentirá un desarrollo que, por nuestra comprensión, paciencia, autenticidad, sensibilidad y capacidad para exaltar la masculinidad -ojo, no machismo-, es notoriamente más fluido. Señores, esto no es una querella a muerte; por el contrario, es aprender a compartirnos espacios, ser complementarios y convertirnos en cómplices, lo que, al final, permitirá darle a la tierra ese equilibrio y ese toque de magia que necesita para girar.