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Una plaga de cuidado

No podemos abandonar la información a la buena voluntad de los medios, ni al azar de las redes sociales, ni a las maquinaciones de los políticos, ni a la ambición de los industriales.

9 de noviembre de 2017 Por: Julio César Londoño

Uno de los problemas más serios del mundo actual es el que plantea la posverdad. Si el signo de nuestro tiempo es el conocimiento, esta plaga es un torpedo al corazón de la sociedad contemporánea. El asunto es más dramático si tenemos en cuenta la precariedad intelectual del ciudadano promedio, y no porque sea estúpido sino por la velocidad misma del avance del conocimiento desde el Siglo XIX, cuando la filosofía natural se dividió en ramas especializadas (física, química, biología, etc.) y la aceleración de esta tendencia con la entrada en juego de los computadores desde mediados del XX.

Los defensores de la posverdad aseguran que todo es relativo. Falso. Son subjetivas la estética, la metafísica, la moral, las religiones, pero no la ética, la ciencia ni la historia. Puede haber muchas historiografías pero la historia es única.

A las debilidades crónicas del periodismo: los intereses económicos, la censura, la subjetividad del periodista, el sesgo editorial del medio emisor y los prejuicios del receptor, se añade ahora esta perversidad.
Preocupa en especial la incidencia de la mentira (para llamarla por su nombre) en la desinformación del ciudadano en lo que atañe a su cultura política, factor clave para que funcione la democracia participativa y para evitar el resurgimiento de los populismos; y también en lo relativo al diseño de los programas de educación y salud públicas. El brexit, el ascenso de Trump, la resurrección del creacionismo y el auge de los movimientos ‘científicos’ contra las vacunas, ilustran la gravedad del problema.

¿Qué proponen los expertos? Algunas obviedades: rigor, chequear y volver a chequear los datos, equilibrio. Algunas lindezas de tendero godo: “Hay que hacer de los medios tradicionales el lugar de la certeza” (Roberto Pombo). Pocas agudezas: “No basta con informar: el periodista debe entender y explicar la realidad” (Rodrigo Pardo). Y propuestas técnicas, todas orientadas de arriba-abajo: endurecer la legislación sobre publirreportajes y publicidad engañosa, diseñar algoritmos anti-mentiras, emplear filtros humanos que analicen los post más peligrosos, los virales.

Todo esto está muy bien. Los medios y las autoridades tienen que atacar el problema. Pero se olvida un actor importante: el consumidor. El consumidor de información no es inocente ni puede ser un agente pasivo. Tiene derechos pero también deberes. No puede esperar que toda la protección venga de arriba, entre otras cosas porque de allá viene la mayoría de los embustes de cada día, y esto no va a cambiar. Los medios, los políticos, los publicistas y los comerciantes no van a dejar de vendernos sus versiones ni sus cachivaches, y ante esta tozudez no hay algoritmo que valga.

En consecuencia, el ciudadano debe vacunarse contra la plaga. Informarse bien, o pedir asesoría si el asunto es muy complejo. Conocer hitos clave de la historia, retener algunos nombres propios (y sus prontuarios), manejar algunas cifras económicas de referencia y utilizar los filtros que las mismas redes ofrecen.

No podemos abandonar la información a la buena voluntad de los medios, ni al azar de las redes sociales, ni a las maquinaciones de los políticos, ni a la ambición de los industriales.

P.D.: A las 7:30 p.m. de mañana viernes Betsimar Sepúlveda entrevista al poeta y crítico literario mexicano Roberto Fernández Iglesias en Esquina Latina. Según New Yorker, “su obra es una mezcla bien batida de ternura, ironía y mala leche en proporciones exactas”.

Sigue en Twitter @JulioCLondono