El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Taller de Escritura

¿Por qué no le exigimos ficción al poeta y al ensayista? ¿Por qué solo le jodemos la vida al narrador?

16 de enero de 2019 Por: Julio César Londoño

El año pasado, al final de las clases del Taller de Escritura, un estudiante muy joven me hizo una pregunta complicada: por qué la realidad pura está proscrita de la narrativa, por qué siempre se le exige al narrador que incluya ficción en sus relatos. No sé, le respondí, y abrimos un debate donde se barajaron respuestas ingeniosas o eruditas. Una señora muy inteligente dijo que la realidad ya era objeto de la historia y del periodismo, y por lo tanto era justo que se le pidiera al narrador algo distinto, por ejemplo el híbrido realidad-ficción. El joven quedó tranquilo pero yo no: ¿Por qué no le exigimos ficción al poeta y al ensayista? ¿Por qué solo le jodemos la vida al narrador?

Recordé que otro estudiante había dicho unos días antes que no entendía por qué “el mensaje” era mal visto en los relatos, no en otros géneros. Recordé el envenenado elogio de Cioran a Valéry. “Valéry es perfecto, esa fue su perdición. Era un idólatra de las palabras, creía que el poema era un artefacto de palabras, por eso se le escapó la esencia de las cosas. Valéry es el punto más alto del crepúsculo de Occidente”.

Recordé una oscura frase de Borges, “Cada vez intervengo menos los textos que escribo”, y concluí que Monterroso tenía razón: “En literatura no hay nada escrito”. Quizá de aquí viene la potencia de la literatura. De aquí, también, las exquisitas angustias del escritor.

Con estas perplejidades en la cabeza iniciaré el segundo sábado de febrero las clases del Taller de Escritura Comfandi. Trataremos de superar los logros de otros años, cuando obtuvimos premios dentro y fuera del país. Abriremos con las narices las puertas de las editoriales (ya metimos un pie en el umbral de El Bando Creativo, Angosta y Eafit). Les repetiré a mis estudiantes que los premios son importantes, sí, pero que no olviden que la literatura es más alta que los premios. Veremos el cuento, que huele a mil y una noches y tiene un solo mandamiento: conservarás siempre la tensión. Veremos la crónica, “un cuento que es verdad”. La noticia narrada con un punto de vista humano. Veremos el ensayo de divulgación y derribaremos dos mitos:

1. La erudición es un punto de partida, no de llegada.

2. El rigor no es su norte, puesto que el espíritu del ensayo es la especulación.

Veremos la crítica porque, así nunca se le erija una estatua a un crítico, es necesario apoyarse en algo sólido. Veremos poesía porque ella es el alma de las letras, quizá del mundo, y recordaremos que se trata de un género que oscila entre el sonido y el sentido.

El perfil del aspirante al Taller es el de un buen lector (poemas, ensayos, novelas, periódicos), que tenga más de 16 años y ganas, muchas ganas de escribir.

Los bárbaros no se cansan de repetir que las armas son más fuertes que las palabras. Los pragmáticos creen que el oro compra las armas y las palabras. Ambos pueden tener razón, pero el bárbaro no debe olvidar que detrás de un arma hay física, es decir, números y conceptos, y el pragmático debe recordar que el soberbio oro obedece a modelos matemáticos y a teorías verbales. Ambos, que sobre frágiles palabras se levantan las religiones, que el cimiento de un país es su constitución, y que incluso el amor, fuerza de fuerzas, se pacta y se reafirma con palabras. Que el homínido fue humano cuando suavizó sus gruñidos en vocablos, en música y plegarias.

Sigue en Twitter @JulioCLondono