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Por qué fracasó el chavismo

La Revolución Bolivariana del Siglo XXI agoniza patéticamente. La payasada de la Constituyente del pasado domingo no convenció ni a los chavistas y solamente sirvió para cerrar cualquier posibilidad de diálogo, exacerbar la polarización interna y fortalecer la oposición internacional al régimen.

2 de agosto de 2017 Por: Julio César Londoño

La Revolución Bolivariana del Siglo XXI agoniza patéticamente. La payasada de la Constituyente del pasado domingo no convenció ni a los chavistas y solamente sirvió para cerrar cualquier posibilidad de diálogo, exacerbar la polarización interna y fortalecer la oposición internacional al régimen. ¿Por qué fracasó un proyecto social que tenía líder y músculo económico, un sueño político que alcanzó a despertar el entusiasmo del mundo escéptico? Porque estaba condenado desde el comienzo. Veamos.

La Revolución Bolivariana fue siempre un proyecto anacrónico. Proponer un modelo de comunismo radical en pleno Siglo XXI es un disparate. El modelo funcionó bien durante unas décadas del Siglo XX, justo cuando el capitalismo daba tumbos de crack en crack y de guerra en guerra. Funcionó en la Unión Soviética, que era un continente en sí misma, y en un mundo que aún no estaba globalizado. Una cosa era nacionalizar empresas en los años Treinta o Cuarenta, y otra cosa es hacerlo ahora. Y muy aventurado si el que lo intenta es un país monoproductor. Y suicida si su principal cliente es justamente Estados Unidos, la meca del capital.

Históricamente, las diferencias entre las doncellas y los sátiros se han resuelto a favor del sátiro.

Para completar, el líder de esa revolución era un Frankestein: rico-bocón-carismático-chafarote-mesiánico-marxista-católico-santero.

Como conocía el poder del capital, y se creía la reencarnación de Bolívar, Chávez trató de armar un bloque económico latinoamericano pero fracasó porque era radical, bocón y chafarote. Le encantaba hablar para la galería. Frases como “Esto huele a azufre” o “Fox es el cachorro del imperio” o “Uribe es mafioso” son estupendas para armar titulares, no bloques económicos.

Creyó que podía obrar milagros, incluso volver agropecuario un pueblo que nunca lo ha sido. Fue por este delirio que sus proyectos para el campo terminaron en flotas kilométricas de tractores estáticos y centenares de plantas procesadoras de alimentos que nunca procesaron nada. Los campos venezolanos están llenos de cohetes que nunca despegaron, los silos mohosos de la Revolución.

En el mundo, los militares de alto rango son una casta parásita. No hacen nada pero cobran bien. En Venezuela es distinto. Han sido un poder político beligerante y un estamento económico poderoso. El contrabando de alimentos, autos, gasolina y drogas ha estado siempre en manos de los generales. Son un cartel de tradición, como la arepa mechada. Chávez heredó este lastre y nunca se atrevió a enfrentarlo.

Tener tan cerca a Cúcuta tampoco ayudó. Es una ‘frontera viva’ y porosa. Ahí hay una fuga permanente de gasolina y otros productos subsidiados, y una filtración perturbadora de guerrilla y paramilitares. No es coincidencia que Táchira, Mérida y Zulia sufran con mayor rigor el desabastecimiento y sean bastiones de la oposición.

“La conspiración del imperio y los oligarcas” también fue un palo en la rueda de la Revolución, claro. Pero echarle toda la culpa es una hipótesis insostenible si consideramos que la Revolución Bolivariana es un proyecto político que ha usado y abusado de poderes plenipotenciarios durante 18 años y manejado a su arbitrio las mayores reservas de petróleo del mundo.

El fracaso de un sueño social no es motivo de fiesta. Sería fabuloso decir aquí que Maduro, un chófer de bus, lo hizo mejor que los señoritos que educamos en Harvard y que sirven únicamente al dios mercado. Por desgracia el sujeto, y su banda sanguinaria, no ayudan.

Sigue en Twitter @JulioCLondono