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Las palabras y los días

Las armas pueden más que las palabras, dijo Montaigne y lo repitió Cervantes. Depende, digo yo.

6 de febrero de 2019 Por: Julio César Londoño

Las armas pueden más que las palabras, dijo Montaigne y lo repitió Cervantes. Depende, digo yo. En un escenario bárbaro, por ejemplo un campo de batalla, una vereda colombiana, las armas ganan. En un foro las palabras pesan más. Recordemos, de paso, que las armas son artefactos tecnológicos, ciencia aplicada, y no serían posibles sin las palabras.
Los números y las letras son el software del universo. El sol, la piedra, la rosa y el pájaro son criaturas, no están hechas de fonemas ni de ecuaciones, es verdad, pero nosotros manejamos sus sombras, sus nombres: sol, piedra, rosa, pájaro.

Es con palabras que se entienden los negociantes en el mercado y los amantes en la intimidad. Es con ellas que trabajan los oradores, los pastores, los líderes y los periodistas. Con ellas arengamos, persuadimos, seducimos, maldecimos, injuriamos.

De palabras están hechas las constituciones de los países, las teorías de la ciencia, las doctrinas religiosas y las canciones y las leyendas populares.

Nadie sabe la fecha de la aparición del lenguaje porque las palabras no dejaban registro, como sí lo hacían esas manos sin rostro que trazaron bisontes, que tejieron redes y cestos, que tallaron piedras y erigieron muros. Solo sabemos que la invención del lenguaje nos cambió de manera íntima y radical. Algunos creen que fue la inteligencia la que nos permitió inventar el lenguaje, pasar del gruñido al silbo, la canción y a la plegaria. Otros creen que fue la palabra lo que nos hizo inteligentes.

Algunos piensan que la función principal del lenguaje fue operativa. Funcional. Comunicar asuntos reales y prácticos.

“Anda un león en la montaña”.

“Hay frutas dulces cerca del río”.

Otros creen que el poder estribó en su capacidad para urdir ficciones que aglutinaron los clanes y los pueblos: Dios. Ley. Patria. Familia. Dinero.

Si las palabras del mundo real han sido subestimadas, la literatura (sueños, ficciones) es vista como palabras de segundo orden. Los espíritus simples las menosprecian… hasta que llega el día que las necesitan para realizar sus sueños, para verbalizar su amor y conmover a la amada, y tienen que echar mano de los recursos de la poesía. O para que los proyectos tengan una tersura que los distinga, y deben recurrir a las artes argumentativas del ensayo.

O para que la noticia no sea tan fría y perecedera, y toman prestada la calidez de la narrativa y escriben crónicas. O para que sus discursos no tengan la pesadez de la cháchara, y copian las virtudes persuasivas de los retóricos. O para que el mensaje publicitario no tenga ese tufillo a publirreportaje, y lo visten con música y razones. O para que todos entendamos siquiera la línea gruesa de los resultados de la ciencia, y los explican con la claridad del ensayo de divulgación, ese cartero que nos trae noticias de los trabajos de los genios.

Es un error creer que el buen manejo de las palabras es solo cosa de poetas, oradores y profesores de español. No. ‘Vender’ historia, física o biología es un arte que requiere elocuencia. Hablar y escribir bien es una necesidad diaria de todas las personas. Expresarse de manera clara y breve mejora el clima del hogar, la calle, el colegio y la oficina; es un poder capaz de amansar demonios y afinar la órbita del planeta.

Nota: están abiertas las inscripciones del Taller de Escritura Comfandi: cuento, crítica, crónica, poesía y ensayo de divulgación científica.

jclondono53@gmail.com