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¿La paz? Ni así ni asá

Si la entrega de armas de las Farc la semana pasada puede ser el suceso más significativo de la historia del país, ¿por qué fue recibido con tanta frialdad?

5 de julio de 2017 Por: Julio César Londoño

Si la entrega de armas de las Farc la semana pasada puede ser el suceso más significativo de la historia del país, ¿por qué fue recibido con tanta frialdad? Las razones son varias. La primera es que la gente desconfía del Estado, con razón: ya son muchas las veces que el Estado le ha hecho conejo a la guerrilla. Dos, la gente desconfía de los guerrilleros, bárbaros cuyo cerebro está ruñido por la leishmaniasis. Tres: un sector juega, por cálculo político, a torpedear el Proceso de Paz. Cuatro: después de medio siglo de las emocionantes y sangrientas noticias de la guerra, las noticias de la paz nos resultan insoportablemente tediosas.

Lo que nadie puede negar es la importancia de que casi siete mil guerrilleros hayan entregado más de siete mil armas, completando así más de 50.000 armas entregadas al Estado o incautadas por este en el intervalo 2002-2017. Queda pendiente el tema de las 900 caletas, cuyas armas pueden terminar en las santabárbaras del ELN, nuestro Isis, o en las santabárbaras de las Bacrim o sirviendo de combustible a los botafuegos del Centro Democrático, esos cicerones que descalifican a la ONU, “una organización muy desacreditada e izquierdista, la controla Rusia”, sin que nadie entienda de dónde sacan autoridad moral los voceros de la facción más cuestionada de la historia nacional para descalificar a la ONU, ni cómo llegaron a la conclusión de que Putin, el compadre de Trump y Marine Le Pen, es de izquierda.

Estos celosos críticos son los mismos que no dijeron ni mu cuando los combatientes del M19 sólo entregaron un arma por cada tres hombres, ni luego, cuando 31.689 paramilitares entregaron apenas 18.024 armas a un organismo serísimo, la LCR, sigla formada con las iniciales del siquiatra que disfrazó de paramilitares a cientos de jóvenes que no tenían velas en ese entierro (se le abona que no los mató para presentarlos como falsos positivos). Por esta tierna pilatuna, el señor anda por las alcantarillas de un país extranjero.

El caso es que las Farc cumplieron. Se desmovilizaron, se concentraron y desarmaron. Le toca al Gobierno hacer su tarea, atrasada en cosas tan elementales como la construcción de los campamentos para la guerrillerada. Y lidiar con los enemigos de la paz, con los históricos, los famosos ‘agazapados’, los que ponen bombas en las ciudades y asesinan líderes sociales en los pueblos, y los semifrenteros, los de “la paz sí pero no así” (ni asá). Son semifrenteros porque reconocen que van a “volver trizas los acuerdos”, pero no se atreven a escupir la verdad que les quema la boca: que la palabra paz les provoca sarpullido en las gónadas del alma, que no piensan devolver una hectárea de tierra ni pagar sus deudas con la Justicia y que no descansarán hasta sacarle los ojos al último guerrillero y la lengua a todo el que no comulgue con su credo.

El desafío de los medios (excluyo a RCN, que sólo es un cuarto) consiste en informar sobre un proceso que ya no se medirá con variables elementales y de buen rating (número de bajas, narcotráfico, secuestros, litros de sangre, corredores estratégicos) sino con tareas que deben ser informadas con agudeza: los viejos y urgentes problemas del campo, “los compradores de tierras de buena fe”, los recovecos legales de la JEP, la reforma política y las garantías a la oposición, la desigualdad, y las tensiones entre el neoliberalismo y la socialdemocracia, entre la economía de mercado y el desarrollo sostenible.

Sigue en Twitter @JulioCLondono