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La ciudad, fábrica y laberinto

Nadie, ni siquiera Benjamín Barney, sabe cómo se originaron las ciudades. Se...

17 de marzo de 2011 Por: Julio César Londoño

Nadie, ni siquiera Benjamín Barney, sabe cómo se originaron las ciudades. Se pensaba que habían brotado del surco, hijo del arado de hierro, nieto del puñal, pero ayer se supo que el sedentarismo es anterior a la invención de la agricultura. Se pensaba que la ciudad era una fábrica del miedo, pero se han descubierto ciudades antiguas en Malí, África Occidental, sin murallas.Lo que sí sabemos es que las primeras ciudades brotaron en Súmer, en Mesopotamia, la cuna de la civilización. Allí aparecieron el reloj, el historiador, el astrónomo, la farmacopea, el arco arquitectónico, los jardines, las bibliotecas, el primer calendario agrícola y el primer congreso bicameral.Sabemos también la fecha: hacia el 3400 a.C., cuando los sumerios empezaron a vivir en grandes comunidades (para los arqueólogos, una ‘ciudad’ es un yacimiento de más de 31 hectáreas, unas 48 manzanas. Si tiene menos, es un ‘pueblo’).El proceso no fue fácil. La ciudad necesitó unas condiciones muy complejas para la buena marcha de los negocios públicos y privados y para la convivencia de las personas: escritura, leyes, oficios especializados, educación, pesos y medidas y, ay, burocracia (la rueda no es indispensable, como lo probaron los mayas, que conocieron el círculo geométrico pero no la rueda de cada día).La primera ciudad fue Eridú, hoy Abu Shareim, cerca al Golfo Pérsico. Estaba situada en la cima de una colina rodeada por un enorme pantano: una maqueta exacta del cosmos sumerio: un círculo de tierra rodeado por una masa infinita de agua. Eridú era la casa del dios del conocimiento. En su cerámica aparecen siempre los tres colores del culto: el rojo, que representaba la existencia terrenal; el negro, o la muerte, y el blanco, pureza y vida eterna.Otra ciudad sumeria, Uruk, tenía unos 40.000 habitantes y un área de 5,5 km2 (860 manzanas), el doble del área de la Atenas del año 500 a.C., o la mitad de la Roma de Adriano. Todo parece indicar que fue aquí donde se inventaron los carros, la escritura fonética y la numeración posicional.Hacia el final del cuarto milenio a.C., la población rural sumeria era cuatro veces mayor que la urbana. 600 años después, la urbana superaba a la rural nueve a uno y había por lo menos veinte ciudades tan grandes como Uruk en Mesopotamia (Peter Watson, Ideas, una historia intelectual de la humanidad).Las ciudades tenían tres zonas muy definidas. Un sector amurallado donde estaba el templo, el palacio del gobernante (un sacerdote) y algunas casa privadas; extramuros estaban los suburbios, con viviendas pequeñas, huertas comunales y corrales para el ganado, y ‘el puerto’, la zona donde tenía lugar el comercio, donde vivían los mercaderes y se alojaban los viajeros. Los templos eran muy grandes y empleaban muchos panaderos, cerveceros, tejedores, barberos, joyeros, herreros, orfebres, albañiles y jardineros. Había también sastres, deportistas, vendedores de canciones, artistas y escribas. La agricultura se regía por una especie de feudalismo primitivo.La ciudad es sin duda el gran producto de la civilización y su más poderosa máquina multiplicadora. La filosofía, la política y la ciencia son impensables sin ese marco, fuera de ese perímetro de signos y leyes, de trampas y comodidades, de esplendor y derrota...La ciudad, cuna, y tal vez tumba, de una especie muy singular.