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El tratado, el gatillo y el honor

Empecemos por aclarar que lo ignoro todo sobre la economía en general...

21 de abril de 2011 Por: Julio César Londoño

Empecemos por aclarar que lo ignoro todo sobre la economía en general y sobre el TLC en particular. Lo que leo sobre el tema no hace sino aumentar mi confusión. Bush, íntimo amigo de Uribe, no pudo firmarlo. Obama, un señor que tiene dificultades para ubicar a Colombia en los mapas, promete apoyarlo, pero pone un sartal de condiciones que parecen dictadas por el Sindicato de Emcali. Sin embargo, la izquierda colombiana lo considera un acuerdo leonino para los intereses del país. Nuestros agricultores gritan que el TLC los quebrará, y ponen de ejemplo el desastre que significó para los cultivadores de maíz mexicanos la firma de un tratado semejante con los Estados Unidos. A los consumidores nos parece fabuloso que lleguen maíz y arroz baratos de allá o de donde sea. Los sindicatos norteamericanos están en pie de guerra, porque calculan que perderán decenas de miles de empleos por culpa de la importación masiva de manufacturas colombianas, especialmente cueros y textiles. Yo estoy convencido de que, sumando y restando, el TLC beneficia a los Estados Unidos. Sin embargo, el imperio le da largas al asunto y ha preferido prolongar por años las gabelas arancelarias que nos concede por ser su aliado estratégico, que firmar el tratado. Pero todavía hay algo más incomprensible. Aunque se supone que el tratado es un acuerdo amistoso entre los dos países, contiene condiciones humillantes: el gobierno colombiano debe restablecer el Ministerio de Trabajo, liquidar las cooperativas y las agencias temporales, brindarles protección a los sindicalistas, endurecer las penas para los empleadores que violan derechos laborales, monitorear las condiciones de trabajo de los obreros colombianos y derrotar la impunidad que campea en los casos de crímenes de sindicalistas. Caramba, señor Obama, ésto no se le hace a un socio, al menos no de manera pública, y mucho menos a Colombia, el país más peligroso del mundo para los sindicalistas, donde casi tres mil han sido asesinados en los últimos 25 años y sólo están sindicalizados el 4% de los trabajadores (la media para Latinoamérica es del 30%), donde más del 60% de los trabajadores labora en la informalidad y el 75% de los profesores enseña a destajo o, para decirlo de manera elegante, son de ‘hora cátedra’.Resulta humillante para nuestra soberanía, como han dicho varios columnistas arropados en el tricolor de la bandera. Es como si en la víspera de la boda el novio le pide públicamente a la novia un certificado de VIH, que le merme al bazuco, que abandone su chanfaina en la sala de masajes y que le ponga un tris de recato a sus performances de striptease. No hay derecho.Además, hay asuntos que deben ser abordados de manera bilateral. Por ejemplo, la meta de disminución de asesinatos de sindicalistas es un punto en que el gobierno norteamericano debe colaborar, porque los gremios más golpeados por los pistoleros son, en su orden, los maestros y los empleados de las bananeras y las petroleras y, como nadie ignora, los dos últimos sectores están en manos (y gatillos) estadounidenses.A pesar de todo, sigo siendo partidario de negociar el tratado con los americanos. El que llora algo mama. Lo otro sería apostar un pulso franco con una de las economías más poderosas del planeta. Un suicidio.