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El toro y la moral

Los escritores son proclives a los bajos instintos. Los héroes de la...

20 de noviembre de 2014 Por: Julio César Londoño

Los escritores son proclives a los bajos instintos. Los héroes de la literatura clásica son una prostituta, como en Molly Flanders de Daniel De Foe, un asesino como en Ricardo III de Shakespeare, un ladrón como en Los miserables de Víctor Hugo, o un ladrón asesino como en Crimen y Castigo de Dostoievski.¿Por qué no escogen personajes edificantes? La respuesta es fácil: para no aburrir al lector. A nadie se le ocurre escribir sobre una señora fiel ni sobre un señor que paga los impuestos. El drama se nutre del conflicto, y el conflicto siempre está relacionado con la ética o con el código penal. Tampoco pueden ponerse los escritores a fustigar el crimen porque entonces la gente puede pensar que son pastores. O candidatos a corporaciones públicas. Pero tampoco son apologistas del crimen, como lo prueba el hecho de que todos sus bandidos terminen en la horca o presos o atormentados por su propia conciencia. Los escritores quizá simpaticen con el ladrón, pero abominan del asesino casi tanto como del policía. Y como no les sienta bien rasgarse las vestiduras ante el crimen, ni aplaudirlo, entonces lo contemplan con piedad y lucidez y nos muestran las presiones que llevan a Raskolnikov a darle hachazos a una viejita usurera; o nos descubren que es la mera vanidad lo que hace del protagonista de La caída, de Albert Camus, un juez intachable. Cervantes también es amoral. Con frecuencia don Quijote pronuncia discursos con visos legalistas y palabras piadosas, pero eran sólo mañas de Cervantes para despistar a sus carceleros, como bien observó Macedonio Fernández. Descreía de la justicia, «que siempre aparece en el libro como algo oscuro, lejano y peligroso», como anota Vargas Llosa.Dicen que era creyente, pero lo cierto es que con frecuencia se le zafan vainazos heréticos. «Detrás de la cruz está el diablo». «La gente es como Dios la hizo, Sancho, y a veces peor». Hay un pasaje que ilustra su recelo de los tribunales, de los divinos y los terrenos. Un día don Quijote se topa con una caravana singular. Se trata de una jaula tirada por dos percherones y custodiada por gendarmes. Pero en la jaula no llevan animales sino hombres. Son unos pillos que trasladan de un pueblo a otro. Viendo a esos prójimos tratados como fieras, a don Quijote se le calienta el «celebro», combate y reduce a los gendarmes y les abre la jaula a los pillos «porque si estos hombres son culpables ya el Señor se ocupará de ellos». Lo cierto es que los pillos se fugan, nunca son recapturados por la justicia, y el Señor tampoco se vuelve a ocupar de ellos en el resto del libro porque Dios será todo lo que se quiera pero nunca sapo.La amoralidad contribuye a la permanencia de las obras por dos razones: primero, porque la moral cambia con el tiempo y la geografía; y segundo, porque a los intelectuales, que son el grueso de la clientela del arte, los fascina la anarquía.P.D.: Hay dos cosas con las que no puedo: las corridas de toros y la literatura del derecho. Soy muy civilizado para las primeras y muy salvaje para la segunda. Y esta semana me dieron dos tazas: Defensa jurídica de la cultura taurina, del abogado, escritor y taurófilo Leonardo Medina Patiño, un libro que glosa las leyes sobre diversidad cultural con la elegancia de un teorema y con una prosa que ya la quisieran muchos escritores, e ilustra sus apreciaciones con suertes taurinas descritas con una poesía que dan ganas de correr a tomar la alternativa. En suma, es un libro que las autoridades deberían prohibir para proteger al mundo de su diabólica influencia.