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El regreso de Íngrid

Volvió a la arena política Íngrid Betancourt y lo hizo con lujo...

12 de mayo de 2016 Por: Julio César Londoño

Volvió a la arena política Íngrid Betancourt y lo hizo con lujo de detalles. Su intervención en el foro ‘La reconciliación, más que realismo mágico’, ha sido muy bien recibido en todo el país, o por lo menos en los sectores que apoyan las negociaciones de La Habana. No es una gran pieza literaria pero sí es un documento bien concebido. Mesurado. Humano. Conmovedor. Político. Psicológico. Cristiano. Empezó agradeciendo la Operación Jaque para borrar el sabor de ingratitud que dejó su millonaria demanda contra el Estado hace seis años. Íngrid reconoce ahora que “Era una alta suma de dinero, en términos colombianos, pero en el mundo no lo es. Es para nosotros una alta suma porque las necesidades del país son inmensas y a mí me faltó entender eso en ese momento” (la demanda fue por casi siete millones de dólares de 2010, una bonita suma aquí y en cualquier parte del mundo).Insiste en que ella merecía una indemnización, como lo merecen todas las víctimas, pero cierra el tema con una frase contundente que resume el discurso y su posición: “La mejor reparación para todas las víctimas es el final del conflicto”.Luego recordó a los secuestrados por las Farc. Su lista incluyó civiles y militares, pobres y ricos. Honró la memoria de los diputados masacrados por las Farc y la de Gilberto Echeverry, que la odiaba tanto como ella a él.Llegó al recinto ligeramente despeinada. Venía de negro hasta los pies vestida: zapatos y pantalón negros, chaqueta negra cruzada con cuello de solapas dobles, blancas, y en el pecho una delgada cadena de oro de la cual pendía un crucifijo. Leyó su discurso de 33 minutos con emoción contenida, con un tono dramático y tranquilo a la vez.Defendió el proceso de paz y la justicia transicional, habló de justicia social y de la necesidad de proporcionarles garantías a las Farc, de la catarsis del perdón, de la estupidez de la guerra y de la importancia de la confianza para sacar adelante las conversaciones. Fue, en síntesis, un discurso lleno de bondad y sensatez.Pero en una entrevista previa, habían saltado sus rencores: “Mis verdugos están muertos. Dios hizo justicia por mí”. Dejando aparte la discutible versión de que Dios sea un instrumento de la derecha, una potencia irascible que mata guerrilleros, la frase muestra el lado humano de Íngrid, ese que ni perdona ni olvida la infamia de que fue víctima.Interrogada sobre Álvaro Uribe, recordó el asesinato del padre del expresidente a manos de las Farc y dijo que entendía y respetaba su oposición a los diálogos. Puestas en contexto, estas palabras significan que entiende pero no respeta la posición guerrerista de Uribe.Hasta donde sé, los líderes del Centro Democrático no han comentado el discurso. Lo rechazan, claro, por pacifista y por provenir de una crítica acérrima del paramilitarismo y de la política de la Seguridad Democrática, pero han preferido guardar prudente silencio ante un pronunciamiento que ha calado hondo en la opinión pública por su solidez y su espíritu cristiano. De todo esto quedan dos lecciones: la primera es que Íngrid quedó rencauchada para ser de nuevo una figura protagónica de la vida política nacional, posibilidad que no descartó de plano en las entrevistas que concedió. La segunda es que las negociaciones con las Farc tienen mucha más aceptación de lo que sugieren las encuestas.Sigue en Twitter @JulioCLondono