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El carro filosófico

El auto debe: a) esquivar al niño al costo de poner en riesgo la vida del adulto que duerme en el asiento del copiloto, o b) sacrificar al niño para salvar la vida del pasajero.

4 de octubre de 2018 Por: Julio César Londoño

Ya están rodando los primeros carros autónomos de prueba de nivel 5 en varias ciudades del mundo. La automatización de los carros no es nada nuevo. Desde hace muchos años se están incorporando en el diseño de los autos sistemas robóticos relacionados con los cambios, los frenos, la aceleración, los air bags. La novedad es que se haya alcanzado el nivel 5, la autonomía total, el carro que puede prescindir por completo del piloto humano.

Y ya hay una víctima fatal. Una señora murió atropellada por un auto robótico este año, hecho que volvió a plantear la exigencia de que los algoritmos de los programas de navegación sean perfectos. En realidad no tienen que ser perfectos, solo mejores que los algoritmos humanos, cuyos conductores atropellan más de un millón de personas al año, asegura Yuval Harari (para esta columna me apoyo en su reciente libro 21 lecciones para el Siglo XXI). Lo más seguro es que, como ya ha sucedido en tantos otros campos, los robots terminen conduciendo autos mejor que los pilotos humanos. Si pueden jugar ajedrez tan bien como un Carlsen, podemos esperar que conduzcan tan bien como un Schumacher. Solo falta que las máquinas se entiendan y cooperen entre ellas, como hacen los humanos en la carretera, y resolver dilemas éticos complejos, como “el problema del tranvía”.

En la trayectoria de un carro autónomo que se desplaza a 70 km/h se cruza un niño. El auto debe: a) esquivar al niño al costo de poner en riesgo la vida del adulto que duerme en el asiento del copiloto, o b) sacrificar al niño para salvar la vida del pasajero.

La decisión no es fácil. El adulto representa un capital social más alto porque el Estado ha invertido mucho tiempo y dinero en su formación; es probable que de él dependa el sustento de una familia y que tenga más relaciones sociales que el niño. Pero en términos de vida útil, el niño, que tiene más años por delante, tendría más valor.

Los filósofos no han podido ponerse de acuerdo en la solución de este dilema a pesar de que lo discuten desde hace más de cien años; “el problema del tranvía”, lo llamaron cuando los ingenieros tuvieron que decidir qué hacer cuando un tranvía enfrentaba un imprevisto semejante: frenar en seco, poniendo en riesgo la vida de decenas de pasajeros, o atropellar al niño y salvar los pasajeros.

Una ‘solución’ fácil es diseñar dos modelos de auto, un Tesla Altruista, digamos, y un Tesla Egoísta. Los algoritmos del primero estarán diseñados para salvar al niño, los del segundo al adulto. El fabricante se limitará a decirle al comprador: “Elija usted el modelo”.

Una solución menos cínica deberá contemplar consideraciones morales tan sutiles como las de Kant, y afinar los cálculos de riesgo en cada caso hasta donde sea posible.

Los carros autónomos siguen en experimentación. Deben resolver ciertas falencias y disponer de calles y carreteras equipadas con tecnologías de apoyo especiales. Y vencer la resistencia del público, que aún no se decide a confiar por completo en el nivel 5, aunque a diario confía plenamente en pilotos humanos de avión que confían plenamente en sus equipos de vuelo.

Con el tiempo, los carros autónomos se impondrán. Los consumidores entenderán que es menos seguro viajar en un carro conducido por Pedro Pérez que en otro pilotado por la pareja Schumacher-Kant.

Sigue en Twitter @JulioCLondono