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Bolívar por Pombo

Cuando Diego Pombo tenía 13 años ayudó a cruzar la calle a...

19 de diciembre de 2013 Por: Julio César Londoño

Cuando Diego Pombo tenía 13 años ayudó a cruzar la calle a una viejita delgada, pintorreteada y vivaz. En signo de gratitud, ella lo besó. Cuando la mamá de Diego se enteró de que Jovita Feijóo había besado a su hijo, entró en pánico. Sabía que los gérmenes de la locura se transmiten fácilmente por la saliva. Entonces le dio estropajo en los cachetes hasta hacerlo sangrar pero ya era tarde. Los gérmenes habían incubado.Desde entonces Pombo ama a los locos por esa capacidad de crear un mundo, meterlo en una burbuja y vivir en ella. Bueno, eso dice él; en realidad es un asunto de contagio y solidaridad de cuerpo, Diego, lo demás son racionalizaciones vanas. Tu mamá tenía razón.Quizá la principal secuela de esa infección fue ‘El periodo Guerra’. Un día Pombo se enamoró de un loco de la calle, uno de esos niños grandes, esos ángeles sucios que desvarían por ahí. El loco Guerra era un señor maduro que repartía madrazos y bendiciones en el café de Los Turcos y que se convirtió en un personaje central de la narrativa urbana del ‘pombodernismo’. Cuando Guerra se enfermó, Pombo y Pardo Llada vendieron cuadros para pagarle el tratamiento pero todo fue inútil. Tenía agua en los testículos y nada, ni los vapores de mercurio ni los baños de caléndula y paico de la Negra María ni los drenajes de los médicos surtieron efecto. Guerra murió en los brazos de Pombo. Un poco antes había trabajado en publicidad con una suerte de dream team del ingenio valluno: Hernán Nicholls, Carlos Duque, Fernell Franco, Carlos Mayolo y Andrés Caicedo. En Los Turcos saludaban de lejitos a los integrantes de “La corte del rey Charlie” (Adolfo Montaño, William Ospina, Gerardo Rivera, Édgar Collazos, Olga Lucía Córdoba) o a la gente del grupo liderado por Umberto Valverde. Estas cofradías tenían gustos muy disímiles en arte, provenían de diferentes estratos sociales y no se mezclaban en absoluto.De los delirantes locales Pombo pasa ahora a un delirante continental: Simón Bolívar. Son veintitrés cuadros de ficción anacrónica que nos muestran a Bolívar bailando boleros con divas fatales, metiéndose al lecho de mulatas espléndidas, contemplado por una bañista patriótica que tiene el escudo nacional tatuado en las nalgas, tocando la tuba en un crepúsculo amazónico, chupando trompa con una rubia fogosa, tirando paso en medio de la banda en un jolgorio público o dando una serenata en una noche estrellada y bajo un cielo azul cobalto.“Bolívar en Cali”, la muestra que estará expuesta hasta enero en Proartes, es una fiesta de colores fuertes, una crónica risueña, una versión vital de historia patria que contiene homenajes en clave a varios autores nacionales y extranjeros. Hay guiños a artistas vallecaucanos como Fernell Franco y Dulcey Vergara, a empresas culturales como Delirio (circo + salsa), elementos naïf que nos recuerdan al Aduanero Rousseau, elementos del simbolismo inspirados en Arnold Boklin y sensualidades que nos recuerdan el erotismo inquietante de Boticelli. Por esto, no es aventurado decir que Pombo ve el barrio con ojos extranjeros. O que es un pincel caleñísimo, como lo describió Lorena Libreros en el excelente reportaje de Gaceta. Tenía razón, entonces, el ruso que dijo: pinta bien tu aldea y serás universal.