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Progreso y empresarios

El éxito empresarial genera opiniones encontradas: producen admiración las historias de vida de quienes lo han alcanzado, pero a la vez se condena al empresario exitoso por los logros obtenidos.

17 de mayo de 2019 Por: Julián Domínguez Rivera

“Para vencer al populismo se debe además reconocer el valor del progreso”, decía Steven Pinker, profesor de la Universidad de Harvard y autor del libro ‘En defensa de la ilustración’, en una entrevista con el diario El País de España. Si bien Pinker se refiere al tema político, la frase se puede extrapolar a otras dinámicas nocivas que hacen carrera en nuestra sociedad.

Porque un valor tan importante como el del progreso, se sataniza cuando quienes lo encarnan son los empresarios, fuente de empleo y recursos para el bienestar social.

El éxito empresarial genera opiniones encontradas: producen admiración las historias de vida de quienes lo han alcanzado, pero a la vez se condena al empresario exitoso por los logros obtenidos.

Cuando nuestra sociedad no reconoce el valor del empresario como generador de desarrollo económico y social se genera un imaginario colectivo que pone en duda el valor de la iniciativa privada, protagonizada en nuestro país por más de un millón y medio de empresas formales.

Según el Dane, el sector privado genera 50,1% del empleo total del país. Asimismo, cifras de la Dian señalan que el 85% del recaudo en impuestos proviene de las empresas, del cual 67% es aportado por los grandes contribuyentes.

La paradoja es que siendo los empresarios fundamentales para incrementar el bienestar de la población, su apreciación favorable es baja. En un estudio de Usaid para el programa Alianzas para la Reconciliación, el 58% de los encuestados confía nada o poco en ellos y 30% se declara indiferente.

Sin duda, los grandes escándalos de corrupción han alimentado esta desconfianza, pero estas situaciones delictivas y altamente mediáticas, son la minoría frente a la gran contribución del empresarismo a nuestra sociedad. Y cuando hablamos de empresarismo, la referencia no es solo para las grandes empresas, sino también para las micros y pequeñas, que son más del 95% del universo empresarial colombiano.

También es perverso cuando se asocia per se la actividad privada con la inequidad, un tema sobre el cual el país debe reflexionar y actuar de manera profunda, pero sin ideologismos o actitudes destructivas porque se termina afectando aún más a quienes la sufren.

Y es que la importancia de la actividad empresarial se evidencia en la relación positiva entre emprendimiento y crecimiento económico, lo cual revierte en beneficios para la población, como generación de empleo, innovación, acceso a mayores bienes y servicios y cualificación del capital humano.

Asimismo, en la relación de los empresarios con su entorno a través de programas de valor compartido o de responsabilidad social, que no es caridad sino un compromiso por construir sociedad, que se deben extender a un mayor número de empresas.

Colombia tiene retos formidables, uno de ellos está marcado por la Cuarta Revolución Industrial, basada en la capacidad del talento humano para producir grandes transformaciones a través de la innovación y la tecnología. Entre 2013 y 2018 el número de empresas de las industrias 4.0 se incrementó en 28,7%, al pasar de 114.881 a 147.873, lo que representa el 9% del total de empresas formales del país.

Su impulso demanda pensar en grande, sembrar confianza y pasar la página de lo que nos divide, para apostarle a aquellos cambios que irradien prosperidad en todas las regiones del país a través de sus fortalezas productivas, en donde los empresarios son los protagonistas.

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